miércoles, 13 de junio de 2007

El escritor y las apariencias.


Un célebre escritor fue invitado a una fiesta de celebridades del ambiente artístico por un poderoso es influyente funcionario. Este escritor, después de un agotador viaje, llegó a la mansión del acaudalado funcionario que ciertamente admiraba su obra. Desmontó del asno y llamo a la imponente puerta delantera de la mansión y cuando le abrieron, vio que ya había comenzado el festín; pero antes de que el famoso escritor pudiera presentarse, el anfitrión miró sus ropas, sucias por el viaje, y le indicó que no recibía a pordioseros.
El escritor se fue, abrió las alforjas que llevaba en su asno y se puso su mejor traje de gala. Entonces, el anfitrión lo recibió esta vez cordialmente y los mozos le sirvieron los mejores manjares. De súbito, a la mitad del festín, luego de charlar con el distinguido funcionario, vertió un cuerno de sopa en el bolsillo de su saco. Atónitos, los comensales le vieron meter trozos de cordero asado en uno de sus bolsillos. Luego, ante el horrorizado anfitrión, introdujo la piel de su ropa en un plato de ensalada y murmuró:
-¡Come, piel, come!
Entonces, al ver este vulgar acto por parte del escritor, preguntó el anfitrión:
-¿Qué pretende hacer señor? ¿Podría se más educado por favor?
-Estimado anfitrión, dijo el escritor, lo que estoy haciendo es darle de comer a mi ropa. Por que por lo que veo, y al juzgar por el trato que me dispensasteis hace media hora, le habéis brindado vuestra hospitalidad a mi ropa y no a mí…

Muchas veces juzgamos a las personas por lo que vemos y caemos en el hoyo del prejuicio. Hacemos esto porque nos dejamos engañar por el cosificador ojo humano. El ojo humano todo lo corrompe y siempre tendemos a mirar lo malo y no lo bueno de las personas. Entonces, al prejuzgar a las personas antes de conocerlas, somos semejantes a un pintor necio que pretendía pintarle la chimenea a un barco que estaba hundiéndose. A todos nos ha pasado que hemos evaluado a una persona por su apariencia y cuando la conocimos nos dimos cuenta que nos equivocamos ya que en realidad la apariencia no tiene nada que ver con lo que es la persona en realidad. Lamentablemente vivimos en una sociedad que etiqueta, pone apodos y clasifica a las personas por el exterior, por la piel, por lo que ven los ojos y se dejan de lado el ser la gente. Muy a menudo, y esto lo hacemos todos, o casi todos por si hay algún perfecto, pre-juzgamos a la gente por las apariencias.
Un ejemplo de que las apariencias pueden engañar es el caso de rey David. Cuando Samuel fue a ungir al nuevo rey de Israel que Dios había designado, vio a unos de los hermanos de David que tenía una buena apariencia y pensó que este era el hombre que Dios había elegido, pero Dios le dijo: “Samuel, no mires a su parecer, ni lo alto de su estatura, porque yo lo deshecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que esta delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. Luego de que Isaí hiciera pasar delante del profeta a siete de sus hijos, Samuel le preguntó si faltaba alguno. Entonces, Isaí le dijo que aún quedaba el menor que estaba apacentando las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí que lo enviara a Buscar para que venga donde esta el profeta. Cuando vino el adolescente David delante de la presencia del profeta, este era hermoso de ojos y de buen parecer. Entonces Jehová le dijo: “Levántate y úngelo, porque este es”. Y Samuel tomó el cuerno del aceite y lo ungió como Dios lo había dicho en medio de sus hermanos. Y desde aquel día el Espíritu de Dios vino sobre el adolescente David. (1 Samuel capítulo 16).
Dios no mira las apariencias, Dios mira el corazón. Los hombres miramos las apariencias y ponemos etiquetas, rótulos, cosificamos, tratamos como objetos a los sujetos, tratamos como cosas a las personas, pero Dios mira el corazón. Los hombres miran la piel, Dios mira debajo de la piel. El anfitrión miro como estaba vestido el escritor, pero no miro su esencia. No lo recibió mal vestido, pero lo recibió mal vestido. Entonces, el escritor le enseñó al escritor que las personas son mucho más que su apariencia. Dios mira el corazón, los hombres miran las apariencias. ¡Dios mira el corazón!

Julio césar cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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