lunes, 9 de abril de 2007

Desde la caída de Adán.


Satanás desobedeció a Dios y por causa de su rebelión fue echado del cielo. Desde entonces es un rebelde, un presumido, se cree el mejor. Mientras Satanás le hace creer a las multitudes que él no existe, el mundo esta en llamas. Al diablo no le importó lo que Dios pensaba. El únicamente quería exaltarse a sí mismo. (Isaías 14:12; 14). Adán y Eva hicieron lo mismo que el diablo, se reblaron contra la voluntad de Dios, desobedecieron al creador. Dios les había dicho: “De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. (Génesis 2:16-17). Dios les dijo que hagan una cosa y los hombres hicieron todo lo contrario. Dios dijo no comer y Adán y Eva dijeron “sí comer”. El siglo XXI es una época signada pro la rebelión y la desobediencia. Transgredir la palabra de Dios es habitual. El planeta está lleno de pecado y de maldad. Por eso reina la anarquía, la desilusión y la amargura. Desde la caída de Adán, el desorden ha prevalecido en el universo. A cada cual le parece que sabe más que Dios. Esta es la insensatez de la caída. Necesitamos ser librados de tal engaño, porque esto no es otra cosa que rebelión.
La culpabilidad del hombre es universal. La palabra de Dios señala el pecado. Hay hombres sinceros y honrados que procuran vivir una vida honesta y santa, una vida de bien. Sin embargo, aun ellos, al observar sus vidas en base en las palabras de Dios, descubren que también tienen deficiencias y transgresiones. Todo ser humano le ha fallado a Dios. ¿Quién puede decir que no tiene pecado? Primera de Juan 1:8 nos declara: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”. “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”, afirma Romanos 3:23. “No hay justo, ni aún uno”, dice Romanos 3:10.
Antes de que Pablo llegara a ser apóstol, cuando aun era Saulo de Tarso, riguroso fariseo judío, miembro del Sanedrín, hombre cumplidor de los requisitos de la ley judío, afirmaba que él era, en cuanto a la justicia que es la ley, irreprensible. (Filipenses 3:6). Pablo tenia este concepto de sí mismo. Pero cuando la luz de Jesús penetró en su alma y en su corazón, después de la visión que tuvo del crucificado en el camino a Damasco, palabra de Dios, en su verdadero y amplio sentido, se abrió paso hasta la intimidad de su vida, su rostro espiritual fue radicalmente iluminado por la luz del Decálogo, y en el espejo de los mandamientos observó sus defectos y pecados, de tal modo que declaró: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero (1 Timoteo 1:15).
El Dr. Billy Graham escribió: “La Biblia nos enseña que nuestras almas están enfermas. Su enfermedad causa todos los trastornos, confusiones y desilusiones en tu propia vida. Tiene un nombre muy feo, que no nos gusta pronunciar. Es el pecado. Todos somos orgullosos. No nos agrada confesar nuestros errores y equivocaciones. Pero Dios dice: “Todos han pecado y estas destituidos de la gloria de Dios”. No hemos alcanzado a vivir según las normas divinas. Debemos confesar nuestro pecado, como el primer paso hacia la felicidad y la paz.

Julio C. Cháves escritor78@yahoo.com.ar

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