
“EL verdadero viaje del descubrimiento no consiste en buscar nuevos territorios sino en tener nuevos ojos”.
Marcel Proust.
“Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego”, dice un antiguo proverbio árabe. Hay que tener los ojos abiertos y el cerebro despierto. Cuando una persona observa el mundo con vivos ojos puede ver la belleza de las cosas. Basta con aprender a mirar con un corazón despierto para descifrar un lenguaje que está más allá de las palabras. Si aprendemos a mirar con ojos humildes y llenos de amor hacia las cosas y personas, podremos disfrutar de las cosas simples. De hecho, únicamente quien aprende a valorar las cosas simples es verdaderamente un sabio. Porque las cosas simples son las más hermosas. Si miramos bien podremos encontrar belleza en todo. Todo tiene su lado bello, simplemente hay que tener la capacidad de descubrirlo. Es verdad que hay cosas esenciales que únicamente se pueden ver con el corazón, (Saint Exupery, Antonio, dijo: “Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”); pero sin embargo si hay cosas que podemos ver, contemplar, admirar y eso es lo importante. Únicamente hay que mirar las cosas con verdadero interés. Así podremos ver un nuevo mundo. El mundo de las cosas sencillas.
Se cuenta que un día Pablo Picasso se encuentra en la calle con una persona que le pregunta lo siguiente: ¿Por qué usted no pinta lo que se ve? A lo que Pablo Picasso responde: “YO PINTO LO QUE YO VEO QUE SEGURAMENTE ES DISTINTO A LOS QUE USTED PUEDE VER”. Todos podemos ver la vida de un modo diferente. Pero en fin, todos podemos ver. Es más, si somos inteligentes podemos enriquecernos con el punto de vista de los demás. Cuatro ojos ven mejor que dos. René Descartes reflexionó: “Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás”. Y Albert Einstein agrega: “El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados”.
Cuando uno tiene una mirada diferente puede ver lo extraordinario de las cosas sencillas. Todo es maravilloso. Los ojos orientados por la curiosidad y un verdadero interés, pueden ver cosas que antes no habían visto jamás. La clave para ver las cosas importantes es no acostumbrarse a lo que nos rodea. Nuestra meta debe ser observar lo que antes no habíamos observado. Siempre hay algo nuevo. Siempre hay nuevas bellezas. Todo cambia. La vida y nosotros mismos. Cambian las estaciones del año y cada estación contiene su belleza. Cambiamos nosotros y cada cual contiene su belleza. En un libro llamado “REPORTE A GRECO”, Nikos Kazantzakis, autor griego, escribió lo siguiente de modo autobiográfico: “Toda mi vida uno de mis mayores deseos ha sido viajar: ver y tocar países desconocidos, nadar en mares desconocidos, circunvalar el globo terráqueo, observando nuevas tierras, mares, gentes e ideas con apetito insaciable, ver todo por primera ves y por última, proyectando una lenta y prolongada mirada; luego cerrar los ojos y percibir cómo se depositan las riquezas en mi interior con calma o tempestuosamente de acuerdo con su placer, hasta que el tiempo los hace pasar al fin por su Temis fino, colocando la quinta esencia de todos los gozos y todas las tristezas. Esta alquimia del corazón es, creo yo, un gran deleite que merece todo hombre”.
Julio C. Cháves.
Marcel Proust.
“Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego”, dice un antiguo proverbio árabe. Hay que tener los ojos abiertos y el cerebro despierto. Cuando una persona observa el mundo con vivos ojos puede ver la belleza de las cosas. Basta con aprender a mirar con un corazón despierto para descifrar un lenguaje que está más allá de las palabras. Si aprendemos a mirar con ojos humildes y llenos de amor hacia las cosas y personas, podremos disfrutar de las cosas simples. De hecho, únicamente quien aprende a valorar las cosas simples es verdaderamente un sabio. Porque las cosas simples son las más hermosas. Si miramos bien podremos encontrar belleza en todo. Todo tiene su lado bello, simplemente hay que tener la capacidad de descubrirlo. Es verdad que hay cosas esenciales que únicamente se pueden ver con el corazón, (Saint Exupery, Antonio, dijo: “Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”); pero sin embargo si hay cosas que podemos ver, contemplar, admirar y eso es lo importante. Únicamente hay que mirar las cosas con verdadero interés. Así podremos ver un nuevo mundo. El mundo de las cosas sencillas.
Se cuenta que un día Pablo Picasso se encuentra en la calle con una persona que le pregunta lo siguiente: ¿Por qué usted no pinta lo que se ve? A lo que Pablo Picasso responde: “YO PINTO LO QUE YO VEO QUE SEGURAMENTE ES DISTINTO A LOS QUE USTED PUEDE VER”. Todos podemos ver la vida de un modo diferente. Pero en fin, todos podemos ver. Es más, si somos inteligentes podemos enriquecernos con el punto de vista de los demás. Cuatro ojos ven mejor que dos. René Descartes reflexionó: “Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás”. Y Albert Einstein agrega: “El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados”.
Cuando uno tiene una mirada diferente puede ver lo extraordinario de las cosas sencillas. Todo es maravilloso. Los ojos orientados por la curiosidad y un verdadero interés, pueden ver cosas que antes no habían visto jamás. La clave para ver las cosas importantes es no acostumbrarse a lo que nos rodea. Nuestra meta debe ser observar lo que antes no habíamos observado. Siempre hay algo nuevo. Siempre hay nuevas bellezas. Todo cambia. La vida y nosotros mismos. Cambian las estaciones del año y cada estación contiene su belleza. Cambiamos nosotros y cada cual contiene su belleza. En un libro llamado “REPORTE A GRECO”, Nikos Kazantzakis, autor griego, escribió lo siguiente de modo autobiográfico: “Toda mi vida uno de mis mayores deseos ha sido viajar: ver y tocar países desconocidos, nadar en mares desconocidos, circunvalar el globo terráqueo, observando nuevas tierras, mares, gentes e ideas con apetito insaciable, ver todo por primera ves y por última, proyectando una lenta y prolongada mirada; luego cerrar los ojos y percibir cómo se depositan las riquezas en mi interior con calma o tempestuosamente de acuerdo con su placer, hasta que el tiempo los hace pasar al fin por su Temis fino, colocando la quinta esencia de todos los gozos y todas las tristezas. Esta alquimia del corazón es, creo yo, un gran deleite que merece todo hombre”.
Julio C. Cháves.
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