En el libro de Eclesiastés 2:1-3 nos cuenta: “Dije yo en mi corazón: ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes. Mas he aquí esto también es vanidad. A la risa dije: Enloqueces; y al placer: ¿De qué sirve esto? Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cuál fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se ocuparan debajo del cielo todos los días de su vida”. En el capitulo dos del libro de Eclesiastés, supuestamente escrito por Salomón, se describen las lecciones más relevantes sobre la juventud. Salomón fue un joven ansioso que buscó el placer a toda costa. Salomón tuvo riquezas, mujeres hermosas a su completa disposición, y fue un hombre eminente; en fin, gozó de la vida hasta la saciedad.
En aquel tiempo Salomón comió el fruto amargo de la vanidad y después de un determinado proceso dijo: “También esto es vanidad y aflicción de espíritu”. (Eclesiastés 2:26). Los jóvenes del siglo XXI se están zambullendo permisivamente en los placeres de la vida, y con oscura ansiedad, procuran probar todo lo que la vida les ofrece. Esto es muy peligroso, pues muchos han probado los frutos dulces de la vanidad y después han llegado a la conclusión de que todo ello no ha valido la pena. Debido a sus conductas hedónicas y relativistas, muchos jóvenes a los 20 años ya se sienten viejos. Algunos jóvenes viven como si la vida estaría compuesta por un solo día. Toman decisiones sin pensar en las consecuencias. Piensan que la vida consiste en disfrutar de cosas prohibidas. A causa de esto, muchas adolescentes han tenido su primer hijo antes de los 20 años. Este es el drama de la juventud sin sentido y sin amor. Los medios de comunicación conducen a los jóvenes al materialismo. Nuestra sociedad produce jóvenes que configuran sus vidas en torno al tener y dejan de lado al ser. Hay jóvenes asesinos, ladrones, terroristas, pasivos y apáticos. Es cierto que los jóvenes son culpables de sus pecados. Pero también es cierto que la sociedad es indiferente hacia la juventud. Es verdad que los jóvenes son culpables de sus errores y también es verdad que los adultos son culpables de cada ladroncito que hostiga nuestra vida. Un país que no muestra interés por los jóvenes y adolescentes es un país egoísta y entupido. Alguien dijo que “la violencia y el terrorismo de los jóvenes es el resultado de la inmoralidad de los administradores y de la apatía de la población. Un país que no educa a los más jóvenes es un país condenado a la mediocridad. Los jóvenes con conductas contraproducentes son producto de esta sociedad que no sabe qué hacer por ellos y con ellos. Cuando un joven es marginado se torna rebelde y anti-social. Desde luego que hay jóvenes egoístas que eligen el camino torcido, pese a que tienen ejemplos de vida positivos. Pero también es cierto que hay jóvenes que han sido dejados de lado y que prefieren la actitud de los escorpiones cercados por el fuego: se destruyen con su propia ponzoña. T. S. Eliot reflexionó: Era él como gallo, que creía que el sol se había levantado para oírlo cantar… ¡Ah vanidad!”.
Soy joven y, como todo joven sincero, busco la integración de los pueblos. Creo honestamente en el amor cristiano y ofrezco mi vida en aras de la equidad y la dignidad. Mi anhelo es luchar sin tregua contra la miseria que degrada, contra el individualismo que destruye y contra todo atropello irrespetuoso a los derechos humanos. Soy joven y digo ¡No! No a la pasividad y la injusticia. Mi deseo es lidiar contra todo lo que me conduce al desamor y el odio. Creo en horizontes positivos y en las amistades profundas. José Ingenieros dijo: “No hay en el mundo cosa más cara que la que con ruego se compra”. Y el apóstol Pablo escribió: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes…”. (1 Timoteo 4:12).
Julio C. Cháves.
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