Anhelamos lo mejor para nosotros. Y muchas veces nuestros anhelos están ligados a nuestro orgullo. Sí, queremos lo mejor, pero dejamos de lado lo mejor para los demás. Nos cuesta despojarnos de nosotros mismos. Nos cuesta, porque nuestro orgullo ama lo superficial, la apariencia, lo menos importante. Queremos lo mejor para nosotros por orgullo. Amamos a alguien cuando creemos haber encontrado lo mejor para satisfacer nuestra necesidad de afecto, de cariño, de calor humano. R. Kipling dijo: “Si puede ver destruida la obra de tu vida y sin decir una sola palabra te pones a reconstruirla, serás un hombre, hijo mío”.
Querer lo mejor de un modo correcto es querer el bien de los demás por sobre los nuestros. Es saber que buscando el bien de los demás también logramos el nuestro. Así funcionan los santos anhelos. Cuando deseamos construir una vida junto a otros, nos despojamos de nuestro egoísmo, poniendo a los demás antes que a nosotros mismos. Anhelar ser mejor es procurar el bien de todos. Es superarse para dar lo mejor de uno. Porque cuando uno da de lo que tiene da de lo que posee, pero cuando da de sí mismo da realmente vida. Las cosas son efímeras, pero nosotros somos importantes. Debemos recibir sin orgullo, perder sin sufrimiento. Dar de lo que somos es lo mejor. Mirar a los ojos con ternura vale más que el oro. Decir te amo con todo el corazón, vale más que escribir una enciclopedia de poemas escritos con la razón. Lo que realmente importa es el corazón, lo que sentimos, aprovechar las oportunidades de la vida. Dar es mucho mejor que recibir. Dar de nosotros claro. Importa mucho. Nuestro orgullo es invasor, quiere éxito, quiere lucro, quiere vanidad. El orgullo quiere poseer al otro, controlarlo, manipularlo, someterlo. Pero la humildad, el renunciamiento, la simplicidad, quieren que nadie pierda la autenticidad. Porque todos tenemos el derecho de ser. El desprendimiento hace el bien sin esperar aplausos. Renunciar a lo que realmente amamos es conseguirlo. Lo que importa no es llegar, es ir. Desprenderse de las cosas es permitirse a uno mismo ser feliz. Porque las cosas nos poseen. Y lo mejor es que nosotros nos despojemos de los apegos, pues los apegos atan, esclavizan, como esclavizan las máscaras, la falsedad, la injusticia. Debemos dar de nosotros sin esperar nada a cambio y debemos recibir con simplicidad, con humildad, dándoles a otros la posibilidad de que nos ayudan a ser mejores personas. Lo que importa son los valores, el altruismo, el amor sacrificial.
Tenemos que darnos amor. La Madre Teresa se dio a los pobres de Calcuta y nosotros podemos darnos a las personas que están próximas a nosotros. Los que aman son los más ricos. Los que dan de si mismos dan vida, porque dan de lo que son. Eso es dar. Dar realmente. Sócrates dijo: “Para llegar a la isla de la sabiduría… hay que pasar por un océano de aflicciones”. Dar es dar. Renunciar a uno mismo es recibir con humildad.
Julio C. Cháves.
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