martes, 13 de marzo de 2007

Mirando la vida con humildad.


Mirar la propia vida con humildad es reconocerse tal cual uno es. Somos polvo y al polvo volveremos. La vida en esta tierra es efímera. Todo pasa. Hoy estamos y mañana no sabemos. Algunos viven en la mentira de lo superlativo, se creen indispensables en el mundo. Se creen todo, cuando en realidad son nada, son polvo. ¡Que feo es creerse lo que uno no es! Ciertamente ante la muerte somos todos iguales. Ante ella no hay ricos ni pobres, pues únicamente hay almas. Dios nos juzgará según el amor que hayamos dado. El egoísmo frívolo del ser humano ama el figurar, el parecer, la jactancia. Pero lo cierto es que esta sociedad vanidosa jamás se podrá librar de la muerte. Polvo somos y al polvo… volveremos. Marthe Robin dijo: “La humildad es la antecámara de todas las perfecciones. En cuanto a la humildad, no comprendo gran cosa. Yo sé que Dios es y que yo no soy”.
Lo contrario de la humildad es el orgullo. Y todos hemos cometido el pecado del engreimiento, de la arrogancia, de la pretensión de creemos algo que en realidad no somos. Yo, por mi parte, he cometido estos pecados. Lo confieso. El orgullo muchas veces me adula y yo le creo. De ahí, la etimología de muchos sufrimientos personales innecesarios. Ahora bien, cuando miro la vida con humildad, ahí, sí disfruto de lo que soy, de la vida. La humildad es lo que me lleva a aceptar el hecho de que soy polvo y al polvo volveré, de ser feliz, de confiar en Dios. Salomón reflexionó: “Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y los que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tiene todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo”. (Eclesiastés 3:19-20).
La carne envejece. Los ojos van perdiendo claridad. Nuestras fuerzas se van agotando. Poco a poco vamos hacia la muerte. Vamos hacia el polvo. Un día le preguntaron a la madre Teresa: “¿Qué es lo que anda mal en el mundo?”. La madre Teresa dijo: “Lo que anda mal es usted y yo”. El mundo anda mal porque nos hemos creído importantes, superiores a Dios. Pero lo único superior es Dios. Nosotros nos creemos algo porque jodemos y aplastamos a los demás. Pero somos nada más que polvo. Efímeros como las bestias, como los perros, como las aves, como las moscas. Estamos de paso. Ser humilde es anular el ego para satisfacer las necesidades de los demás. Es dar de gracia como Dios da de gracia. Es ayudar a que los demás sean felices para que nosotros también lo seamos. San Agustín pensó: “Donde está la humildad, está también la caridad”. El humilde olvida lo que sabe para volver a aprender. El humilde hace el bien sabiendo que también existe el mal. La muerte es inevitable. Por eso, el humilde disfruta del hecho de dar amor, de dar empatia, de dar de sí mismo, de dar un fragmento de su vida. Penalti dijo: “Las buenas acciones refrescan la sangre y dan sueños felices”.

Julio C. Cháves.

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