martes, 13 de marzo de 2007

La experiencia con Dios de Blas Pascal.


Blas Pascal, el famoso científico del siglo XVII, a menudo ha sido designado como uno de los hombres más brillantes de todos los tiempos. Fue un genio en Matemáticas, y sus indagaciones científicas tocaron tangiblemente muchos campos. Era filósofo y escritor. Pero lo mejor de todo fue que una noche experimentó un encuentro personal con Dios que cambió su vida para siempre. Pascal escribió en una hoja de papel un breve relato de su experiencia, dobló el papel y lo guardó en un bolsillo cerca de su corazón, presuntamente como recuerdo de lo que había sentido. Los que le asistieron durante su agonía encontraron el papel, gastado y arrugado. En la misma escritura de Pascal, decía: “Desde de las diez de la noche hasta alrededor de media hora después de medianoche, ¡fuego! OH Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no el Dios de los filósofos y de los sabios. El Dios Jesucristo no puede ser conocido sólo en los caminos del evangelio. Seguridad, sentimiento, paz, gozo, lágrimas de gozo. ¡Amen”!
Blas Pascal tenía la mente más brillante de su tiempo. Era un filósofo estoico, eminente. Era humanamente inconmovible. Sin embargo, el Dios de los patriarcas lo conmovió hasta las entrañas. Dios penetró su espíritu, su mente, todo su ser. Blas Pascal quedó atónito ante la presencia de Dios y de la única manera que pudo describir lo que experimento fue diciendo: ¡Fuego! Lo que aprendemos de la experiencia de Pascal es que Dios puede cambiarnos totalmente, aunque seamos brillantes filósofos. No importa si somos filósofos, médicos, escritores o grandes matemáticos. Dios, seamos lo que seamos, puede causarnos una relevante impresión en todo nuestro ser. ¡Para el creador no hay nada imposible! ¡Dios es ilimitado, omnipotente, todopoderoso! El altísimo puede transformar a cualquier individuo. La manifestación de su presencia es inmutable, inmanente, trascendente. La inmensidad de su presencia lo cubre todo, el cosmos e incluso lo intangible. Su presencia es infrenable. La inmutabilidad de su persona es incólume. Dios es una persona y su presencia lo trastorna todo por completo. Nuestro creador es omnisciente. El lo sabe todo. La pureza de su presencia puede depurar hasta el más pecador de los seres humanos. Dios puede y quiere darle sentido a nuestras vidas. Dios es infalible, potente, eterno.
Sí, sabemos que Dios es eterno y que el tiene el poder para cambiarlo todo. Así pues, yo me preguntó: “¿Cuál es la llave al lugar secreto del altísimo? ¿Cuál es el camino a Dios? ¿Cómo podemos conocerle? ¿Hay alguna posibilidad de que con nuestra mente finita conozcamos a una mente infinita? La llave para poder tener una relación con Dios es tener una relación dinámica y vital con Cristo. San Juan 8:12 nos cuenta: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Estas palabras las pronunció Jesús y son para nosotros, todos los seres humanos de la faz de la tierra. Cristo es la luz que comunica salvación. El puede librarnos de la oscuridad intelectual y de la oscuridad espiritual. El dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, si no es por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conocerías; y desde ahora lo conocéis, y le habéis visto”. (Juan 14:6-7). Es verdad que con nuestra mente finita jamás podremos conocer la mente de Dios. Pero sí es verdad que podemos conocerle como persona. A Dios podemos conocerlo a través de Cristo y su obra salvífica en la cruz del Calvario.
La manifiesta presencia de Dios lo creó todo y que se manifestó en el huerto del Edén, en los hijos de Adán, en la Torre de Babel, en la zarza ardiente, y en Blas Pascal, puede manifestarse en nosotros. Dios puede y quiere cambiarnos, pues cuando Dios se manifiesta nada permanece igual. Todo cambia ante él. El todopoderoso, por medio del profeta Sofonías, nos prometió: “Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará, se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos. He aquí, en aquel tiempo yo apremiare a todos los opresores; y salvaré a la que cojea, recogeré la descarriada; y expondré por alabanzas y por renombre en toda la tierra”. (Sofonías 3:17-19).
Dios puede y quiere cambiarnos. Lo único que debemos hacer nosotros es abrir nuestro corazón. Simplemente. Después seguramente diremos junto a Blas Pascal: ¡Fuego!

Julio C. Cháves.

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