martes, 13 de marzo de 2007

Como lagartos y cocodrilos.


Los humanos, la gran mayoría, piensan que vivir de un modo feliz consiste en estar tomando sol, sin hacer nada, como lagartos y cocodrilos. Muchos creen erróneamente que disfrutar de la vida consiste en hacer círculos como los sapos del campo, conversando de frivolidades hasta el atardecer. Así estamos. Rodeados de corruptos y personajes mediáticos que lo único que brindan es alineación, estupidez. La sociedad se ha zambullido en un océano de diálogos promiscuos, humor burlón, y lobos contra lobos. Esta es nuestra urbe. Una sociedad que se ha disfrazado de “Apariencia triunfal”, mientras que detrás de la mascara de felicidad artificial, late el corazón de una sociedad que yace auto engañada, solitaria. El ensayista argentino Héctor Murena, en su libro “La cárcel de la mente”, cuenta: “La edificación del hombre como ideal general de vida se formuló en el renacimiento y permitió durante varios siglos en los diversos campos de la actividad humana una floración de personalidad de apariencia triunfal”.
Anhelamos el paraíso terrenal. Gracias al ingenio humano, hemos creado una selva tecnológica que nos ha brindado mucha comodidad exterior, pero que en lo que a lo humano se refiere nos está haciendo añicos el alma. Utilizamos la exterioridad como a un fetiche, pero este fetiche nos está comiendo como un ácido las entrañas del espíritu. El ser humano se ha equivocado de camino. La Biblia dice que el hombre se encuentra en un total estado de depravación. El pecado y el humanismo originan ira de Dios. Así pues, es obvio que necesitamos ser purificados de nuestros pecados. Miqueas 7:18-19 nos dice: “¿Qué Dios como tú, que perdone la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados”. Si nos arrepentimos de nuestros pecados. Dios puede limpiarnos. Dios ama al pecador. Y obviamente detesta el pecado. El nos ama extrañamente. Lo que él nos pide es que dejemos de vivir conforme a nuestra propia voluntad, y que hagamos su voluntad, acatando su palabra. Nuestros pecados nos están castigando. Números 32:23 dice: “Sabed que vuestro pecado os alcanzará”.
No seamos victimas de una “Apariencia triunfal”. Vivamos en victoria de modo auténtico. Confiemos en nuestro creador y despojémonos del egoísmo y el nihilismo. Caminemos en la vida con paciencia y alegría, practicando, pues, todo lo que se encuentra en la Biblia. De este modo experimentaremos una vida de sentido. Miremos hacia el cielo. Miremos a nuestro creador. William Nelly, en “Meditaciones sobre el cantar de los cantares”, escribió: “Permitidme poner a Cristo en contacto con el estado de mi alma. O dejad que lo ponga en contacto con cualquier alma en el lugar que fuese. Tan pronto como introducimos a Cristo, tenemos la verdad. Cristo en la escena de mi alma advirtió mi propio estado, sea bueno o sea malo. Así también aprendemos qué tenemos ante nosotros simplemente a Cristo”.

Julio C. Cháves

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