martes, 5 de abril de 2011

Envidiolandia

“La envidia, dice el pensador español Fernando Savater, se define como la tristeza ante el bien ajeno, ese no poder soportar que al otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones, es también desear que el otro no disfrute de lo que tiene”. Las personas envidiosas son aquellas que se desprecian a si mismas. Quieren lo que tiene el otro porque no valoran lo que tienen. Cuando un individuo es envidioso ve el paraíso en el infierno ajeno. Actualmente vivimos en una sociedad consumista. Todos quieren adquirir cosas, objetos, elementos. Si uno se compra un auto el vecino enseguida quiere comprarse uno igual o si esta a su alcance uno mejor. Siempre parece que lo que tiene el otro es mejor. La novia del otro es mejor, la casa del otro es mejor, y hasta la forma de ser del otro es mejor. Así pues vale aclarar que hay dos tipos de envidia. Por un lado esta la envidia que nos conduce a la emulación, la admiración hacia el otro, lo cual genera deseos de superarnos sin perjudicar a nadie. Uno ve como es el otro y se sirve de ese ejemplo para buscar la excelencia propia pero sin desear el mal del otro. Y por otro lado esta la envidia que induce a las personas a desear los bienes, las cosas, incluso las cualidades que los demás poseen. Podemos decir que hoy por hoy esta de moda ser envidiado ya que esto quiere decir que somos superiores que fulano o mengano. Por esto se ostenta y se exhiben las últimas adquisiciones personales. Vale tener. Vale generar envidia. Vale usar esas zapatillas de lujo para que el otro se mire los pies y los menosprecie. Lo de adentro no importa. De ahí la crisis en esta época materialista, relativista, hedonista, y permisiva. Por fuera somos inexorablemente sofisticados y hermeticos pero por dentro solo yace el hastió, el vació y el auto desprecio y la falta de cariño. Vuelvo a citar a Savater que en su ensayo Los diez mandamientos en el siglo XXI nos cuenta: “La ambición por tener poder y dinero muchas veces sirve de tapadera de carencias que no pueden adquirirse como los bienes materiales. Quizá uno de los ejemplos más contundentes en este sentido lo haya mostrado Orson Welles en su obra maestra, Ciudadano Kane. El protagonista acumula objetos de todo tipo en su mansión de Xanadú, incluso compra cuerpos y conciencias con su fortuna. Kane había conseguido todo lo que otros afirmaban que hacía felices a las personas. Pero al final de su vida cayó en la cuenta, más allá de lo que dijeran, de que no tenía lo imprescindible: afecto y respeto real, y no ficticio o comprado”. La mirada ajena nos condiciona, la publicidad coarta nuestra capacidad de elegir. Nos preocupa lo que piensan de nosotros. Somos pequeñas tuercas de una gran máquina de consumo. Nos comparamos. Y así nos hundimos en la mediocridad y la falsedad. La persona madura es aquella que vive a su modo, sin despreciar las características de los demás. Quizás estamos envidiando a alguien que se considera más pobre que nosotros ya que muchas personas son tan pobres que solo tienen dinero. Alguna vez leí un cuento donde un hombre se quejaba de que no tener sandalias hasta que un día conoció a alguien que no tenía pies. Al igual que el hombre de esta historia de que nos sirve quejarnos de lo que nos falta. De hecho siempre nos faltarán cosas. Lo inteligente es saborear la propia vida sin despreciarse a uno mismo. Para concluir voy a contarles algo que un hombre me dijo alguna vez. Un filosofo siempre iba a un shopping, todos los días entraba y salía y nunca compraba nada. Un día el guardia de seguridad, sospechando de él, lo detuvo y le preguntó porque siempre venía y no compraba nada. Este hombre le dijo:-Honestamente vengo al shopping porque estoy escribiendo un libro sobre el consumismo y al ver productos de tantas marcas y variedades me doy cuenta de todo lo que no necesito para ser feliz… Julio César Cháves escritor78@yahoo.com.ar www.juliochaves.blogspot.com

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