domingo, 13 de enero de 2008

Sobre el ateísmo y el creyente


El ateo es una clase de persona y el creyente es otra muy diferente. Para Jean Paul Sastre, ateo existencialista, todo es náuseas: Los objetos, las personas, el mundo, Dios. Para Albert Camus, todo es absurdo, simplemente absurdo. Camus en ‘La peste’ habla de un mundo con preguntas, pero sin respuestas. El hombre moderno pregunta: ‘¿De dónde viene la justicia? ¿Cómo puedo librarme?’ Albert Camus responde: ‘No puedes. Estás irremisiblemente condenado’. Cuanto más sientas la tensión de las injusticias, tengamos en claro que la Argentina es un país muy injusto, más crecerá tu condenación como hombre moderno y racionalista moderno. En ‘la peste’, que es la obra principal de Camus, al introducir las ratas la enfermedad en Orán. Jean Terrow se encuentra frente a un dilema. Puede unirse al médico y luchar contra la plaga, con lo que se convertirá en humanitario, pero estará, según Camus, luchando contra Dios. O ponerse de parte del sacerdote y no luchar con la plaga, con lo que no será humanitario. Y el pobre Camus murió sin haber logrado resolver el dilema. En contraste con esto tenemos, desde luego, el magnífico relato bíblico. Jesús, que es Dios y que se presenta como tal en todo su sentido divino y humano, se para ante la tumba de Lázaro, ante la cual se siente airado. El lenguaje griego da bien claro este sentido. Esta actitud de Jesús nos muestra que él, siendo Dios, puede sentirse airado ante el resultado de la caída y el acontecimiento anormal con que se encuentra, sin estar por ello airado contra sí mismo. Esto es titánico. De súbito encuentro que puedo luchar contra la injusticia sabiendo que no estoy luchando contra lo que es bueno, y es estoy sabiendo que hay una buena razón para luchar contra la injusticia. Porque Dios no lo ama todo, porque Dios tiene un carácter definido, yo puedo luchar contra la injusticia sin luchar contra Dios.
El ateo es un individuo angustiado, se rebela literalmente contra la condición humana. En contraste, el creyente en Dios es una persona con fe y coraje para enfrentar la condición humana. El hombre de fe es un optimista en potencia, porque vive a pesar de…porque no perdió la capacidad de admirar, deslumbrarse y agradecer a Dios. A los ojos de un ateo la vida es oscura, sin sentido perdurable, todo está porque sí. En cambio, para el creyente la vida tiene sentido, el mundo es maravilloso porque es la evidencia cosmológica de que Dios creó todo. La actitud del creyente ante la vida es de admiración espontánea. Debido a esto, alaba a su creador, le sonríe a su autor. Los hombres de fe viven por sobre las circunstancias. Ortega dijo: ‘Yo soy yo y mi circunstancia’. Pero los creyentes dicen: ‘Yo soy con Dios a pesar de…’.
Los creyentes miran el cortejo de violencias, odios, envidias, enemistades. Es obvio que también lidian con la enfermedad como los ateos, lidian con el micro y el macro-traumas, pero nada de esto, los encajona en la angustia de la existencia, pues saben que Dios está con ellos. Los creyentes saben lo que es un fracaso, lo que son las lágrimas, pero también saben que Dios les da esperanza. El ateo lo ve todo oscuro, está solo en el cosmos. No entiende lo que le pasa. Se encuentra solo con su angustia. El ateo es pesimista. En contraste, el creyente es como un poeta siempre despierto. Un hombre que irá más allá de la superficie. Como el poeta, el hombre de fe y de oración sabe que todo es importante, aún lo que parece irrisorio, pequeño, banal. Miguel Ángel tomaba un bloque de mármol y saca una obra maestra. Beethoven, Bach y Mozart se sentaban al piano y extraían una sinfonía de la poesía de un crepúsculo. Los creyentes miran lo mejor de la vida y construyen el reino de Dios con admiración. Ellos tienen una visión de esperanza del mundo, de la vida, de las personas y de todo cuanto les rodea. Como los poetas, los cristianos sienten cosas que los demás no sienten, perciben cosas que los demás no sienten, perciben cosas que los demás no llegan a percibir.

Julio C. Cháves
juliogenial@hotmail.com

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