domingo, 12 de agosto de 2007

Un mundo sin rumbo


El hombre actual está desorientado, corre hacia ningún lado. Está perdido en la nada. Nuestro mundo se ha ido derrumbando de a poco. Los cambios han sido lentos, pero destructivos. La verdad absoluta de Dios, ha sido reemplazada por un relativismo moral, que ha trastocado radicalmente los valores. Las palabras han sido malversadas. Un ejemplo claro es la malversación de la palabra amor. Hoy se llama amor al amor libre. Ahora, bien, ¿qué es el amor libre? El Dr. Rubén Juan Spataro en su libro ‘Charlando sobre sexo’, dice: “El ‘Amor libre’ no es expresión de libertad. Quines practican este tipo de amor se ‘Creen’ libres, pero en realidad sucumben en los impulsos de las tentaciones biológicas, a su inmadurez, a las consecuencias de importantes alteraciones familiares, a los propósitos de sus conductas neuróticas, a la civilización ‘Libertadora’ que incita a esta práctica. Este tipo de relación cosiste en llegar a la fornicación sin vínculo afectivo alguno. De esta forma los jóvenes se unen íntimamente a una muchacha tras otra, guiados por un desinterés y un deseo de satisfacción egoísta, personal, sin amor, con el solo objeto de probar su virilidad social. ‘Un hombre seguro de su virilidad no siente compulsión de probarla’, dijo M. Levín”. Las palabras más importantes para las relaciones humanas han sido malversadas. Por esto, debemos abrir bien los ojos, cuando nos hablan de amor, porque quizás nos están estafando por medio del lenguaje llamando a cosas por un nombre, cuando en realidad quizás son otra muy distinta.
Creo que el hombre moderno se ha sumido en la confusión y el relativismo moral, porque ha dejado de lado la palabra de Dios. Las leyes dictadas por los hombres son siempre vulnerables, transitoria, pasajeras, mudables. En cambio, la ley suprema de Dios es infalible, eterna y pertinente, Las leyes humanas, estructuradas para regir a la sociedad, son en cierta forma el producto de la cultura, de la historia de cada país, de la tradición, del medio social y de la idiosincrasia de cada pueblo en particular. Por tanto necesitan reformas de tiempo en tiempo. En contraste con las leyes humanas, está la palabra de Dios que es perpetua, inmutable y pertinente. Sus principios se aplican a todos los hombres, a todas las épocas y a todas las culturas. Cuando algunos judíos decían que Jesús era un innovador de la ley, el divino Señor les contestó con éstas palabras terminantes: “No penséis que he venido para abrogar la ley o a los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. (Mateo 5:17-18).
La ley de Dios es imperecedera e inmutable. El supremo rey del universo promulgó una ley que ha regido desde la eternidad y continuará en vigencia por la eternidad. La palabra de Dios no puede dejar de cumplirse. En el inmortal sermón del monte, el Señor Jesús explicó a una muchedumbre de personas, la inescrutable profundidad de la palabra de Dios. Debido a esto, podemos decir que la verdad de nuestro Dios, llega como flechas puntiagudas, hasta las cámaras más internas del alma. Alcanza los pensamientos, los sentimientos y las intenciones más escondidas del corazón. Establece una norma para los aspectos más íntimos de la vida intrapersonal e interpersonal. Así pues, la palabra de Dios hace a nuestra conciencia una inquietante revelación, y nos manifiesta con toda claridad la gran necesidad que tenemos en el orden espiritual, destacando cada una de nuestras debilidades, cada una de nuestras caídas y pecados. La palabra de Dios es nuestra brújula infalible.
Julio C. Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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