Posmodernidad es una palabra muy elegante. Y además, es una palabra muy utilizada por profesionales de diversa índole. Es, pues, notable que la podemos encontrar en artículos, libros de distintos géneros, notas periodísticas y hasta es utilizada en las conversaciones. Esto demuestra sencillamente que estamos viviendo, desde el punto de vista de los letrados, en la posmodernidad. Amamos cibernéticamente. Soñamos tecnológicamente. Y convivimos con otros humanos maquinísticamente. Esto comenzó, aunque parezca errática mi opinión, con Chaplín en la película “Tiempos Modernos”. Allí se plasmó el concepto de que somos parte de una máquina tecnologizada que es la sociedad. En esta película se compara a los seres humanos con tuercas, tuercas de una inconmensurable máquina productiva. Las fábricas de “Tiempos Modernos” producen y producen sin parar. Lo único que les interesa a los empresarios es producir, vender, producir, y vender. Lo demás no importa. No importa nuestra humanidad. No importa Dios, ni nuestra salud física, ni si estamos cansados, nada importa un comino. Lo importante es producir. Los motores deben funcionar. Los hombres deben trabajar sin descansar. Todo tiene que funcionar como en la película ‘Metrópolis’ de Fritz Lang. Los obreros deben trabajar en la ciudad subterránea sin descansar, aunque pierdan la vida, la vista y la salud psíquica y física. Las máquinas no deben para nada parar, porque la Metrópolis debe brillar, deslumbrar a los empresarios que solo les importa el cemento, el acero y el vidrio para darle forma a esta ciudad que oculta la angustia que yace en los corazones contaminados por el dios materialismo.
De este sistema maquinístico y cibernético formamos parte. Debemos funcionar porque sino nos cambian y nos reemplazan colosalmente por máquinas obreras. Y las máquinas, cibernéticas, informáticas, no se quejan, funcionan y punto. Debemos funcionar, producir, vender. Ahora Chaplín somos nosotros. Pero la película no es la misma. La nuestra se llama “Cibernéticos tiempos modernos”. Ya los chicos no juegan a las bolitas o a las figuritas, no extraña, pues, que jueguen al (Family Game). Por varias razones podemos decir que hasta tenemos corazones de metal, o más precisamente de máquinas. En efecto, pues, no podemos tomar la realidad a la ligera, ya que si la dejamos de lado caemos en pozo de la masificación, y allí no hay vida ni identidad ni libertad. Erich Fromm en su libro “El miedo a la libertad”, dice: “Lo que se ha dicho acerca de la carencia de originalidad en el pensamiento y la emoción, también vale para la voluntad. Darse cuenta de ello, es especialmente difícil; en todo caso parecería que el hombre moderno tuviese deseos, y que justamente su único problema residiese en el hecho de que, si bien sabe lo que quiere, no puede conseguirlo. Empleamos toda nuestra energía con el fin de lograr nuestros deseos, y en su mayoría las personas nunca discuten las premisas de tal actividad; jamás se preguntan si saben realmente cuáles son los verdaderos deseos. No se detienen a pensar si los fines perseguidos representan algo que ellos, ellos mismos, desean. En la escuela, quieren buenas notas, y cuando son adultos desean lograr cada vez más éxito, acumular cada vez más dinero, poseer más prestigio, comprar mejores automóviles, ir a los mejores lugares, cosas semejantes”.
Tener, tener, y tener. Eso es lo único que les importa a todos los autómatas. Lo que hacen todos, los individuos hacen. Por esto, hay angustia, vacío, y corazones cansados de vivir. ¿Esto es libertad? Esto es ser nada, para nada, es no tener identidad propia. Esto es ser tuercas de estos ‘cibernéticos tiempos modernos’. Goethe dijo: “Una vida inútil equivale a una muerte prematura”.
Julio C. Cháves. Escritor78@yahoo.com.ar
De este sistema maquinístico y cibernético formamos parte. Debemos funcionar porque sino nos cambian y nos reemplazan colosalmente por máquinas obreras. Y las máquinas, cibernéticas, informáticas, no se quejan, funcionan y punto. Debemos funcionar, producir, vender. Ahora Chaplín somos nosotros. Pero la película no es la misma. La nuestra se llama “Cibernéticos tiempos modernos”. Ya los chicos no juegan a las bolitas o a las figuritas, no extraña, pues, que jueguen al (Family Game). Por varias razones podemos decir que hasta tenemos corazones de metal, o más precisamente de máquinas. En efecto, pues, no podemos tomar la realidad a la ligera, ya que si la dejamos de lado caemos en pozo de la masificación, y allí no hay vida ni identidad ni libertad. Erich Fromm en su libro “El miedo a la libertad”, dice: “Lo que se ha dicho acerca de la carencia de originalidad en el pensamiento y la emoción, también vale para la voluntad. Darse cuenta de ello, es especialmente difícil; en todo caso parecería que el hombre moderno tuviese deseos, y que justamente su único problema residiese en el hecho de que, si bien sabe lo que quiere, no puede conseguirlo. Empleamos toda nuestra energía con el fin de lograr nuestros deseos, y en su mayoría las personas nunca discuten las premisas de tal actividad; jamás se preguntan si saben realmente cuáles son los verdaderos deseos. No se detienen a pensar si los fines perseguidos representan algo que ellos, ellos mismos, desean. En la escuela, quieren buenas notas, y cuando son adultos desean lograr cada vez más éxito, acumular cada vez más dinero, poseer más prestigio, comprar mejores automóviles, ir a los mejores lugares, cosas semejantes”.
Tener, tener, y tener. Eso es lo único que les importa a todos los autómatas. Lo que hacen todos, los individuos hacen. Por esto, hay angustia, vacío, y corazones cansados de vivir. ¿Esto es libertad? Esto es ser nada, para nada, es no tener identidad propia. Esto es ser tuercas de estos ‘cibernéticos tiempos modernos’. Goethe dijo: “Una vida inútil equivale a una muerte prematura”.
Julio C. Cháves. Escritor78@yahoo.com.ar
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