domingo, 1 de abril de 2007

El maestro violinista.


“Se cuenta la historia de un joven violinista, niño prodigio, que podía tocar su instrumento con gran habilidad. La actuación de este joven se programó por primera vez en el Carnagie Hall. El autoditorio estaba repleto de gente que había ido a escuchar a aquel adolescente prodigioso, y con cada pieza que el músico ejecutaba el público se ponía de pie, le aclamaba y aplaudía. Una vez finalizado el concierto, el violinista abandonó el escenario en medio de una gran ovación. Había nacido una estrella. Le rogaron que volviera al escenario y el joven salió nuevamente para el deleite de la gente.
-¡Bravo! ¡Bravo!,-gritó el público, aplaudiendo con fuerza.
El joven dejo otra vez la escena y le rogaron que volviera a salir. De modo que regresó y tocó de nuevo. Aquello sucedió varias veces, hasta la repetición final; tras la cual el artista abandonó el escenario con un semblante alicaído. Mientras caminaba entre bastidores, su representante, sorprendido, le preguntó:
-¿Por qué estás abatido? Esta ha sido la noche màs importante de tu vida. Llevamos seis años esperando este momento. Estuviste maravilloso; le has encantado a la gente. El joven violinista corrió entonces la cortina para mirar adentro del gran auditorio y el público todavía estaba de pie aplaudiendo, pero había un hombre en la sala que no lo hacía y el músico lo señaló.
-¿Has visto a ese hombre?-preguntó.
-Si-dijo su representante.
-El no aplaude…
-¿Y que mas da? Hay otras dos mil trescientas personas que si lo hacen, y a quienes les ha fascinado cada una de las piezas que has ejecutado esta noche. ¿Y estás abatido porque un hombre no aplaude?
-No comprendes-replicó el joven. –Este hombre sentado en la primera fila es un gran maestro violinista…es mi profesor. El me han enseñado a tocar el violín, y si él no aplaude ni esta contento, yo tampoco lo estoy”.
Es más importante agradar a Dios que a los hombres. Nuestra actitud cristiana debe ser como la del joven, debemos ocuparnos en agradar al Señor, nuestro maestro. En todo momento debemos hacer la voluntad de Dios. En toda circunstancia debemos confiar en nuestro señor y darle gracias por todas las bendiciones que nos da diariamente. El apóstol Pablo escribió: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el señor y no para los hombres. Y estad siempre gozosos. Dad gracias en todo, porque es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús”. Colosenses 3:23; I tesalonicenses 5:16,18). Nuestra prioridad es Dios, es hacer su voluntad, es agradarle. Debemos alejar de nosotros la autosuficiencia y la vanagloria, todo lo que hagamos lo tenemos que hacer por amor a Dios. El premio más importante que podemos recibir es el aplauso de Dios. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas”, dice Jeremías 17:9. Y es cierto, nuestro corazón muchas veces nos conduce a la vanidad y el individualismo y pensamos que podemos dar frutos lejos del Señor, pero la realidad es el Señor es la vid y nosotros los pámpanos. Si permanecemos en él damos fruto espiritual. Diariamente debemos clamar al Señor como el salmista lo hacía: “Examíname, OH Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mi camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”. (Salmo 139:23,24). Agradar a Dios es lo más importante. Claro que no debemos descuidar el aspecto humano ni ser irresponsables sino que hay que darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de él. No esta mal recibir elogios ni ser honrados, lo que si esa mal es que no le demos la gloria debida a su nombre y nos llevemos nosotros los laureles. Evelyn Cristenson dijo: “Muchas veces traemos sufrimiento sobre nuestras vidas, por quebrantar las leyes morales o físicas de Dios, ya sea por descuido o intencionalmente, tenemos que cosechar las consecuencias”. Darle la gloria el Señor y honrarlo con nuestros dones y talentos es un sacrificio de alabanza que podemos darle a nuestro Señor. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos!
Julio César Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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