lunes, 5 de marzo de 2007

Quítame un ojo.


“Guardémonos de la sinceridad de los envidiosos”, dijo José Narosky.


La envidia es un sentimiento oscuro, irracional, macabro, siniestro, destructivo. Este sentimiento puede convertirse en una monstruosa obsesión, y puede desembocar en una conducta escalofriante, trágica. El objetivo de la envidia es destruir y corroer a los que tienen directa relación con ella. Los envidiosos con sutileza, discreción y disimulo van en contra de los envidiados con intención de causar algún tipo de daño. Como Lucifer antes de la caída, los envidiosos se tiran contra la bondad y el estado de bienestar o prosperidad de los semejantes. Debajo de una máscara de amistad, clandestinidad e hipocresía yacen los espíritus que portan estos sentimientos dantescos. Dispuestos a desacreditar, maldecir, denigrar, descalificar y corromper a sus víctimas, los envidiosos traman estrategias de destrucción moral, psicológica e incluso física. Todo acto de envidia comienza con nimiedades, lacónicas crueldades, sutiles dardos de maldad, y de súbito Caín le rompe la cabeza con una piedra a Abel.
Los envidiosos no pueden ver que a los demás les vaya bien en lo económico, afectivo o profesional. Nada les hace felices, salvo la desgracia de las víctimas. Sin duda, los envidiosos odian la felicidad ajena. Envidian porque se desprecian a si mismos. Envidian porque están llenos de codicia, individualismo y frustración. Los envidiosos con tal de lograr sus fines están dispuestos a mentir, manipular, controlar, dar falso testimonio, sembrar discordia y propugnar el mal, caiga quien caiga. Refiriéndose al poder la envidia, José Ingenieros escribió en su ensayo El hombre mediocre: “Toda prosperidad excita la envidia, como cualquier resplandor irrita los ojos enfermos. La envidia es como las caries de los huesos. La envidia es torcida y trabaja la mentira. Envidiando se sufre más que odiando; como esos tormentos enfermizos que tórnense terroríficos de noche, amplificados por el horror de las tinieblas. La envidia es de corazones pequeños, es la cobardía propia de los débiles”.
La envidia y su frenesí pueden hacer que las almas culminen en la tragedia. Debido a estos sentimientos característicos de nuestra naturaleza caída, las personas se matan unas a otras. Porque la envidia es una forma de maldad. Para sintetiza el poder de la envidia, quiero citar un cuento que leí en un ensayo del Dr. Jaime Barylko: “Había una vez dos hermanos que vivía compitiendo. El padre de ellos, que era el rey, había intentado ayudarlos a encontrarse, y para ello había dividido el reino en dos, poniendo a cargo de cada mitad a un hermano, con el fin de que no tuvieran nada que envidiarse. Sin embargo, los hermanos seguían peleándose; uno cruzaba por la frontera y robaba un animal; el otro cruzaba y se llevaba un bebedero, y así todos los días. Una tarde, el padre de ambos pensó que, si consiguiera despertar en ellos la solidaridad y conjurar el perjuicio que se hacía el uno al otro, podría terminar la violencia. Así que llamó a los hijos y les dijo:
-Voy a dar a cada uno de ustedes lo que me pida, con una sola condición: a su hermano le daré dos veces lo perdido. Es decir, si uno me pide un caballo, se lo daré, pero al hermano le daré dos, si uno me pide un castillo, le daré uno a él y dos al otro; y si me pide un baúl lleno de joyas, le conseguirá al hermano dos baúles llenos de joyas.
El rey sintió satisfacción pensando que de este modo había vencido la competencia y envidia entre sus hijos. Pero uno de los hermanos levantó la mano y dijo la frase más terrible, la que nadie quería oír:
-Quítame un ojo…”.



Julio César Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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