viernes, 9 de marzo de 2007

Oraciones con palabras del corazón.


“En la oración es mejo tener el corazón sin palabras, que palabras sin el corazón”. John Bunyan.



Sin oración no hay vida cristiana. La oración es una necesidad absoluta. Pero obviamente no todas las oraciones son sinceras, pues hay que orar con palabras del corazón. Digo esto porque hay ciertos individuos que eran para que Dios haga su voluntad y cumpla sus deseos. Cuando oramos con sinceridad procuramos conseguir que nuestra voluntad se ponga de acuerdo con la voluntad de Dios. La oración sirve para sintonizarnos con Dios. Dios anhela oraciones honestas. A él no le agradan las frases prefabricadas. El quiere que la digamos lo que pensamos y sentimos con veracidad. ¿Qué ganamos mintiéndole a Dio? ¿De qué sirve que nos engañemos?
Francisco Fenelón, Católico Francés del siglo XVII, expresó al referirse a la oración: “dígale a Dios todo lo que está en su corazón; como uno se descarga, tanto de alegrías como de penas, ante un amigo querido. Cuéntele sus problemas, para él pueda confortarle; sus gozos, para que él los modere; sus anhelos, a fin de que los purifique; sus aversiones, para que pueda ayudarle a conquistarle; sus tentaciones, para que le sea posible protegerle de ellas. Muéstrele las heridas de su corazón, con objeto de que pueda curarlas; sus tentaciones, para que le sea posible protegerle de ellas. Muéstrele las heridas de su corazón, con objeto de que pueda curarlas; descubra ante él su indiferencia hacia el bien, sus gustos depravados por el mal; su inestabilidad… Explíquele cómo el egoísmo le hace injusto con los demás; cómo la vanidad le tienta a se hipócritas; y cómo el orgullo lo disfraza para sí mismo y para la gente.
Si de esta manera vacía todas sus debilidades, necesidades, problemas… no le faltará que decir; nunca agotará el tema de sus oraciones algo que se renueva continuamente. Las personas que no tienen secretos entre sí jamás se encuentran necesidades de temas de conversación. No pesan sus palabras, ya que no hay nada que guardar del otro. Tampoco buscan que decir. Hablan de la abundancia de su corazón, y dicen libremente lo que piensan. Bienaventurados aquellos que alcanzan una comunicación tan familiar y franca con Dios”.
La oración constituye un acto de amor a Dios y constituye una magnifica terapia para contrarrestar la ansiedad. Cuando oramos Dios nos libera de nuestros males propiamente creados. Cuando oramos con sinceridad Dios no cambia totalmente. Uno es cambiado por el Dios que escucha la oración. El poder de la oración se encuentra en aquel que prometió escucharnos. Jeremías 33:3 dice: “Clama a mí y yo te responderé, y te enseñare cosas grandes y ocultas que tú no conoces”. En la oración no es necesaria la erudición ni la elocuencia, ya que con palabras del corazón a Dios le basta. La oración es un puente de comunicación entre Dios y los hombres. Por ello cuando oramos debemos hacerlo con espontaneidad, sinceridad, fe, y con palabras autenticas, con sinceridad y amor. Jesús de la vida la materia prima para sus oraciones. Graba antes de tomar decisiones importantes, como cuando tuvo que elegir a los Doce (Lc. 6:12); oraba por lo que ama (Lc. 22:32); y por sus verdugos (Lc.23:34); oraba cuando le maravilla algo (Mt 11:25; Lc. 10:21) y cuando no consigue entender algo (MC. 14:35-42). Jesús oraba en cada circunstancia de la vida. Siempre consultaba a Dios. Porque el Hijo de Dios n o hacia nada por sí mismo, sino lo que veía hacer al Padre. (Jn. 5:19).
Tomas de Aquino dijo: “Ante un semejante, la oración sirve, primero, para manifestar los deseos y las necesidades y, segundo, para inclinar su animo a favor nuestro. Pero esto no es necesario en la oración a Dios, pues cuando oramos no nos proponemos manifestar a Dios nuestras necesidades o deseos, porque lo conoce todo “Vuestro Padre sabe lo que necesitaras antes de pedírselo” (Mt. 6:8). La voluntad divina tampoco se determina a querer, por las palabras del hombre, lo que antes no quería… La oración dirigida a Dios es necesaria por causa del mismo hombre que ora, a fin (…) de que se haga idóneo para recibir…”.

Julio C. Cháves.

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