viernes, 9 de marzo de 2007

El arte de hablar con los demás.


Hablar con una persona es mejor que leer un libro. Conversar es un placer relevante, como el descubrimiento de un nuevo planeta por un astrónomo o una variedad de plantas por un botánico. Actualmente, debido al ritmo de vida trepidante, el arte de la conservación se está perdiendo. Vivimos velozmente. Nadie tiene tiempo para nada. Y mucho menos para conversar de muchas cosas y temas distintos. Podemos hablar de nuestros afectos, de nuestros obvies, podemos contar anécdotas, etc. Podemos hablar de trivialidades y también de cosas profundas. Después de todo la meta es la felicidad propia y la ajena. La verdadera conversación es aquella donde se habla de corazón a corazón y con intimidad. De hecho, si conversamos con autenticidad y veracidad nos volvemos sabios.
Gracias al arte de conversar surgió el pensamiento griego. La claridad y el estilo de la prosa griega deben su existencia al arte de la conversación. Esto se revela claramente en el mismo titulo de los “Diálogos” de Platón. En el “Banquete” vemos un grupo de sabios griegos reclinados en el suelo que conversan alegremente en una atmósfera de vino y de frutas y hermosos doncellas. Porque estos hombres habían cultivado el arte de hablar, su pensamiento fue tan leído y su estilo tan claro, dando un contraste refrescante con la pomposidad y la pedantería de los modernos escritores académicos. Estos griegos aprendieron evidentemente a manejar el tema de la conversación filosófica. La encantadora atmósfera conversacional de los filósofos griegos, su deseo de hablar, el valor que atribuían a una buena charla y la elección de lugar para conversaciones se ven claramente descritos en la introducción de “Fedra”. Esto no da una visión interior del surgimiento de la prosa griega.
Sócrates también era un gran conversador. La gente se burlaba de la capacidad de Sócrates como bebedor, pero allí seguía él, bebiendo o no según lo diera en gana, sirviéndose una copa cuando se le antojaba, sin preocuparse por los demás. Y así habló Sócrates la noche entera hasta que todos los comensales quedaron dormidos, salvo Aristofanes y Agatón. Cuando hubo hecho dormirá todos mientras hablaba, y fue el único que quedó despierto, abandonó el banquete y fue el Liceo para darse un baño matinal, y pasó el día tan fresco como siempre. En este ambiente de amistoso discurrir nació la sofisticada y lucida filosofía griega. ¡Sócrates era un conservador un poco exagerado!
Al fin y al cabo, conversar es un arte. Al comenzar pensamos y hacemos pensar. Debemos hablar y dejar hablar, es decir: escuchar. Conversar es curativo, catártico. Max Lucado en su libro “Sobre el Yunque”, cuenta: “Existen, básicamente, dos clases de personas que intervienen las conversaciones: aquellas que desean comunicarse y aquellas que desean mostrarse. Las del segundo tipo, generalmente, son expertas en todo, a su manera. No pueden resistir la tentación de lanzar sus opiniones el cuadrilátero. Es el tipo de persona que hace un comentario en clase para ser visto más que para aprender de los demás. Una de las paradojas de la comunicación es que la palabra debe ser entendida por ambas partes antes de ser usada. Sólo porque usted comprende la palabra o el concepto no significa que también lo comprenda la persona a quien usted se dirige. El comunicador es responsable de elegir las palabras o el concepto no significa que también lo comprenda la persona a quien usted se dirige. El comunicador es responsable de elegir las palabras que sean comprensibles para ambas partes…”.
Ahora, ¡ACONVERSAR QUE EL TIEMPO APREMIA!
Julio C. Cháves.

No hay comentarios.: