viernes, 9 de marzo de 2007

La autenticidad.


Lo peor que se puede hacer es querer ser como otra persona. Eso es ser una fotocopia. Hay individuos que son fotocopias sinceras, pero eso n o significa que sean auténticos, ya que la sinceridad no es lo mismo que la autenticidad. En realidad se puede ser sincero sin ser autentico. La autenticidad va mucho más allá, tiene mayor profundidad, es algo superior.
Sinceridad es la adecuación entre lo que se piensa o se siente y lo que se dice. Autenticidad, por su parte, es la adecuación entre lo que se piensa o se siente, se dice, y se hace o lo que se debe hacer.
En definitiva, lo autentico tiene calidad de fidedigno, real, verdadero. De hecho, sólo somos auténticos cuando lo que pensamos, sentimos y decimos se corresponde a la realidad de “nuestro debe ser”. Muchas personas piensan que son autenticas por que son sinceras al decir lo que sienten y piensan, pero sólo lo serán de verdad en la medida en que sus conductas respondan a la llamada de los valores. Para mí, la llamada de los valores es lo mismo que el “debe ser”.
Actualmente, en este siglo XXI predomina el fingimiento, la artificialidad, escasea tanto la autenticidad. La autenticidad es un valor bien cotizado, pero raro, particularmente en estos tiempos que corren porque por un lado va la conducta y por otro los ideales. ¿Se puede vivir sin ideales? No. Todos necesitamos esa guía interior que se apoya en la interiorización de una aguja de valores que nos sirve como punto de referencia de la conducta. La mayoría de los problemas que aquejan al hombre actual están motivados porque no se tiene un cuadro de referencia interno, una filosofía de la vida, u n ideal axiológico, un deber ser que vaya en la misma línea de nuestra conducta habitual. De hecho, se trata de llevar a la realidad de nuestra vida diaria aquel principio de la moral personalista que dice: hemos de acostumbrarnos a vivir como pensamos, pues de lo contrario, acabarnos por pensar como vivimos.
Ahora bien, ¿cómo logramos ser auténticos? La mejor de las costumbres, decir siempre la verdad. Hace más de 2.000 años, Ciro, Rey de Babilonia, afirmaba que: “lo más importante que se debe aprender en la vida es decir siempre la verdad”. La verdad es el camino conducente a la autenticidad. La verdad hace que nuestras vidas tengan coherencia entre nuestras palabras y nuestras acciones. La verdad es un valor indispensable de cultivar para quienes anhelan una total autenticidad. La verdad libra de la artificialidad. La verdad nos libera de la doblez, de la falsedad, del fingimiento. Cuando decimos o hacemos lo contrario de lo que pensamos, abrimos un abismo entre nosotros y la parte más noble que nos sustenta, nuestra propia mismidad, entre nosotros y entre aquellos que confiaban hallar de nuestra conducta un modelo para cincelar su propio deber ser, su cuadro de referencia interno. Decir la verdad y no contradecir nuestros pensamientos axiológicos, es importante, entre otras razones, porque la autenticidad educa por sí misma, motiva, convence e impulsa a las acciones nobles, a la responsabilidad, al buen entendimiento, al dialogo y a la buena convivencia pacifica. La verdad conduce a la autenticidad… La autenticidad cuesta menos que la electricidad y cuesta menos que una lamparita, y da más luz…

Julio C. Cháves.

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