domingo, 4 de marzo de 2007

El palo engrasado del poder.


“Cuanto más pequeño es el hombre más necesita exhibirse”, dijo José Narosky. Cuando lo único que importa es la posición social los hombres se convierten en codiciosos irracionales, y mienten, engañan y se auto engañan ya que el que se cree ser algo sin ser nada, a si mismo se engaña. La bandera distintiva del vanidoso es la ostentación y el alarde. Los emprendimientos de los amantes del exhibicionismo son egoístas y mezquinos, no tienen la menor intención de dar y le tienden una mano a nadie. El poder corrompe, empequeñece, aliena, obnubila. Los humildes de espíritu no pretender ganarle a nadie, únicamente quieren ganarse a ellos mismos. El poder hace que las personas estafen y traicionen hasta sus propios familiares. Algunos prefieren dinero y reconocimiento antes que vínculos duraderos. La vanagloria, la fanfarria, la soberbia, la altanería y el complejo de superioridad, son las actitudes que dominan a los que procuran subir al palo engrasado del poder. El poder utilitarista y déspota dura poco.
Aunque la felicidad no consiste en ganarle a nadie ni competir con nadie, los que buscan el poder como elemento compensatorio, creen erráticamente que encontrar satisfacer sus ansias de felicidad por este camino. La realidad es que ser feliz es dejar de ser egoísta y mezquino. Compararse no sirve de nada. Hay que bailar el propio baile. No hay que ser fotocopia de nadie. Dar es más valiente que morirse con los bolsillos llenos. Un sabio afirmó que el poder sin límites, es un frenesí que arruina su propia autoridad. La búsqueda de poder jamás se movilizó con buenos propósitos. El poder conspira a la larga contra si mismo y provoca la caída de los que están arriba. El poder es una bestia que se devora y mastica los huesos de sus pretendientes. Max Lucado en su libro Aplauso del cielo, cuenta: “El palo del poder es un palo engrasado. El emperador Carlomagno lo supo. Hay una historia interesante que tiene que ver con la sepultura de este famoso rey. Según la leyenda, pidió que lo sepultasen en posición erguida sobre su trono. Pidió que su corona fuese colocada sobre su cabeza y su cetro puesto en su mano. Pidió que le colocasen en los hombros su manto real y que le pusiesen un libro abierto sobre su regazo. Eso sucedió en el año 814 A/D. Casi dos cientos años después, el emperador Othello decidió averiguar si el pedido de sepultura había sido cumplido. Supuestamente envió un equipo de hombres a abrir la tumba y hacer un informe. Encontraron el cuerpo tal como Carlomagno lo había solicitado. Sólo que ahora, casi dos siglos más tarde, la escena era grotesca. La corona estaba ladeada, el manto apolillado, el cuerpo desfigurado. Pero abierto sobre los muslos del esqueleto estaba el libro que Carlomagno había solicitado; la Biblia. Un dedo huesudo señalaba Mateo 16: 26: ¿De qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”.


Julio César Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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