domingo, 18 de marzo de 2007

Construyendo la vida.


Los seres humanos somos como casas. En una casa vivimos. No importa si nuestra casa es grande o si no es hermosa, lo importante es tener dónde vivir, tener un hogar. Hay que ser persona, ser nada más. Nuestra meta debe ser convertirnos en lo que se supone que Dios quiere que seamos. Nos construimos una casa. Nos construimos una vida. Tenemos un corazón. Late, pese a todo. ¡Late! Queremos ser felices. Y lo conseguimos mediante el amor. El amor a Dios. El amor a la familia. El amor a los semejantes. Ser humano no es fácil. Porque generalmente suele prevalecer la desdicha por sobre el gozo. Conocemos la alegría y también las lágrimas. Somos de carne corruptible. De huesos que un día se convertirán en polvo. La vida es todo un tema. Somos humanos y nuestros ojos necesitan mirar a los demás con altruismo y amor. El Dr. Jaime Barylko dijo: “Amar y amarse son verbos que se pronuncian en un mismo respiro. Ahí eres brillante, porque estás, porque se te necesita, porque puedes dar luz, dándote a luz”.
A la vida hay que construirla sobre la roca del amor. Con paciencia y trabajo hay que echar los cimientos. Luego hay que empezar a edificar las paredes y luego colocar el techo. Todo demanda tiempo. Construir la vida requiere tiempo, voluntad, disciplina, osadía, ganas de querer superarse a uno mismo. Actualmente vivimos en una sociedad que gira en torno al egoísmo, a la envidia, a lo malo. La mayoría de las personas construyen vidas improvisadas, sin rumbo, sin amor; es por esto que la sociedad yace alienada, henchida de egoísmo, de bronca, de ira, de soberbia. Los valores son desacatados y la familia se configura como un mutante sin cerebro, sin sentimientos, sin alma. Así se vive hoy. Sin ganas. Sin inteligencia. Sin amor. Es la soledad y el vacío los que revelan que fingimos estar bien cuando en realidad nos faltan muchas cosas que tienen que ver con el corazón. ¡Un corazón que late con mucho dolor!
Todos somos producto de nuestros actos, de nuestras decisiones, de lo que somos por dentro y por fuera. La vida se va haciendo sin que nos demos cuenta. Vuelvo a citar a Jaime Barylko que en su obra “Sabiduría de la vida” cuenta: “Amor, amar, ejercitarse. Hay que ejercitarse. No se da a menos que se lo incube previamente. Es que cuando aparece, uno dice se da. Como si fuera un don. Quizás aparezca como don, revelación, maná. Es su apariencia. Lo estuviste gestando durante meses, años, y hasta horas. Un día aparece, y ahí está. Es que no sabías en que día se presentaría, y en forma de quién. La sorpresa es el dato ese, incidental. Nada valioso existe que no lo hayas parido de tus propias entrañas”. Es verdad, cada decisión te zambulle en un río de circunstancias que te llevan hasta un lugar que jamás te imaginaste. Tomaste la decisión de amar y es por esto que te aman. Has mirado a lo ojos a tu vecino y por ende te llevas bien. La vida es una casa. Cada cual construye la propia. Uno vive de la mejor manera posible. Procura amar, sentir, pensar. Esto es la vida. Un corazón que late. Pese a todo, late. Aspiramos a ser felices. A veces lo logramos y de cuando en cuando, las lágrimas y las pérdidas nos dominan. Así es la vida. Una casa que también tiene grietas en las paredes. La casa no es perfecta. Como nosotros, los humanos.
Arnold finalmente nos dice: “Sólo aquellos que nada esperan del azar son dueños de su destino…”.
Julio C.Cháves.

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