Uno de los mayores males que aquejan al mundo de hoy
es la incomprensión. La gente no abraza, no contiene, no entiende, no justifica
ni tolera los actos o sentimientos de otras personas. El que entiende la
situación de su prójimo es aquel que sabe que cualquier persona sobre la faz de
la tierra puede pecar o equivocarse. Nadie es perfecto. No hay justo, ni aún
uno. Debajo del cielo todos somos pecadores. El que no comprende no tiene la facultad o
perspicacia de entender que bajo el cielo estamos todos en igualdad de
condiciones. Cuando una persona se equivoca inconcientemente es porque no sabía
cuales iban a ser las consecuencias de sus acciones. Ahora, cuando una persona
se equivoca deliberadamente es porque es consciente de sus actos. Y hay que
aclarar que el que hace el mal deliberadamente no merece la comprensión de
nadie. En todo caso se merece un castigo. De todos modos, el único que tiene el
absoluto derecho al castigo es Dios. Así
que el que juzga es Dios. Nuestro Padre Celestial discierne las intenciones del
corazón y conoce el corazón de los hombres.
La persona
que merece comprensión es aquella que tropieza porque no sabía que había una
piedra en el camino. Muchas personas tienen ideales muy altos y les exigen a
los demás perfección porque ellos erráticamente se creen “perfectos”. Omiten el
hecho de que ellos también son pecadores. Lo cierto es que la comprensión debe
ser una virtud que todos debemos cultivar porque sin comprensión el mundo se
vuelve un caos, las relaciones interpersonales se vuelven insoportables. De
hecho, repito, nadie es perfecto. No hay justo, ni aún uno. Podemos manejarnos
en la vida con excelencia, pero jamás vamos a alcanzar la perfección porque
vivimos en un mundo caído. Por eso debemos comprender. Al comprender las
imperfecciones de otros “justificamos” nuestras propias imperfecciones. La Biblia dice que el que
juzga será juzgado. El que mide a otros será medido. Lo que el hombre siembra
cosecha.
Exigir
perfección cuando uno no es perfecto es un acto de intolerancia, ignorancia.
Nadie que juzga a otros es digno de ser llamado por su nombre. Lamentablemente
nuestra sociedad actual se caracteriza por la violencia y la intolerancia ya
que se ha esfumado la sensibilidad frente a las necesidades ajenas. Abraham
Lincoln dijo en cierta ocasión: “Me da lástima el hombre que no siente el
látigo, cuando los latigazos los recibe en su espalda el prójimo”. La mayoría
de la gente de nuestro mundo es insensible hacia las necesidades de los pobres y
los necesitados. Algunos arguyen que si están en esa condición es porque no
trabajan ni se preocupan por mejorar sus vidas. Se merecen lo que les pasa.
Pero yo creo que nadie elige ser pobre. Es una condición impuesta por el
pecado. Creo que todos los seres humanos necesitamos comprender porque así
vamos a comprendernos. La compresión es una necesidad básica para que podamos
convivir en paz y armonía. En el día del juicio final todos compareceremos ante
el tribunal de Dios y es ahí cuando realmente tendremos que rendir cuentas de
nuestros actos, pero estando en la tierra todos los seres humanos estamos en
las mismas condiciones y nadie tiene
derecho de juzgar a su prójimo, en todo caso, tiene el derecho de ayudarlo,
abrazarlo, tolerarlo, comprenderlo. El apóstol Pablo nos aconseja: “Y Andad en
amor, como también Cristo nos amó…”. (Efesios 5:2).
Julio césar cháves
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