
Advertir los diferentes colores, tamaños y contextos de las cosas es comprender y entender la importancia de las consecuencias de nuestros actos. Resolver las cosas asertivamente requiere inteligencia, requiere darse cuenta de las cosas, requiere de tener criterio y mirar y conducirse con espíritu avizor. Ver más allá de lo inmediato, del ahora, del presente, y percibir lo que viene después de decir o hacer algo, es estimar la estructura de los eventos, de los momentos que vivimos. Cuando tomamos una decisión estamos definiendo muchas cosas, principalmente nuestra instalación en el mundo. No podemos vivir a la buena de Dios, esperando que las cosas se resuelvan solas, dejando cabos sueltos, siendo más ciegos que quienes no quieren ver. No podemos vivir sin criterio, sin cultura, sin sentido común, sin propósito, sin sentido. No podemos improvisar. Esta bien ser espontáneo e improvisar cuando lo creemos necesario. Pero hay que mirar el contexto, el marco, las referencias, los paradigmas. Las circunstancias están sincronizadas. Una cosa lleva a la otra. Una decisión lleva a la otra. Y todo lo que decimos o hacemos produce consecuencias, y prever estas consecuencias es conducirse con prudencia. Confucio reflexionó: “Así como la piedad filial consiste en amar a nuestros semejantes, así la prudencia estriba en conocerlos y en saber de cuales debemos huir y de cuales nos debemos juntar”. Lidiar con los problemas de la vida es una labor ardua, que implica pensar, pesar las cosas, y sacar conclusiones todo el tiempo, diferenciando lo bueno de lo malo, lo accesorio de la importante, sabiendo que si uno elige una cosa, al mismo tiempo, rechaza otras. Hay que elegir lo mejor, lo que conviene, lo que edifica, y para elegir bien hay que prever el futuro.
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