martes, 17 de junio de 2008

Las consecuencias de la envidia y los celos



El ser humano es obstinado, ególatra, narcisista. Cuando hablo con la gente, miro las noticias, veo algún programa de televisión, advierto que nadie es capaz de ceder su derecho de paso a los demás. Hace poco leí que en el verano de 1986 dos barcos chocaron en el mar negro causando la pérdida de muchícimas vidas.
Las crónicas del desastre empeoraron cuando una investigación rebeló la causa del accidente. La culpa de la tragedia no la tuvieron ni el mar ni la neblina ni el viento, sino la obstinación humana. Ambos capitanes de las naves fueron conscientes de la presencia del otro barco, pero ninguno tomó una medida evasiva para evitar la tragedia.
Según las investigaciones periodísticas ninguno de los capitanes de los barcos quiso cederle el paso a la otra embarcación.

Como dije, el ser humano es obstinado. Cada uno mira por lo suyo. El destacado psiquiatra M. Scott Peck, en su ensayo La nueva psicología del amor, dice que nuestras relaciones interpersonales están atestadas de narcisismo y que lo único que nos puede librar de este individualismo exacerbado es la empatía. Pero lamentablemente ya nadie se pone en los zapatos del otro. Por el contrario, todos o para no generalizar, "casi todos", miran por lo suyo propio egoístamente.
El apóstol Santiago escribió: "Donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa". La única forma de despojarnos de los celos, la envidia y el narcisismo que nos abruma es a través de la sabiduría. Debemos pedirle sabiduría a Dios para poder administrar bien nuestras emociones y sentimientos. Dios no nos ha dado espíritu de temor sino de poder, amor y dominio propio. La única forma de suprimir nuestros instintos, la única forma de salir hacia los demás es dejando de competir, de compararnos, es despojándonos de ese individualismo exacerbado que nos oprime. Como dijo Erich Fromm: "Amar es abandonar la prisión de la soledad".
Julio césar cháves escritor78@yahoo.com.ar

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