jueves, 24 de enero de 2008

Un libro inmutable


Dios ha provisto un libro guía para la humanidad. Este libro revela el conocimiento de Dios y nos orienta con respecto a todas nuestras necesidades físicas y espirituales. Hace unos cuantos siglos, el profeta Jeremías escribió: “¡Conozco, Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar de sus pasos!”. (10:23). El salmista se preguntó: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti”. (Salmo 119:9,10). La Biblia es la palabra de Dios y es más inmutable que los cielos y la tierra. Las leyes humanas son efímeras y de tiempo en tiempo, necesitan ser reformadas. La ley de Dios, en cambio, es inmutable como el mismo Dios del universo. Las leyes humanas, ideadas para controlar y regir a la sociedad humana, son el producto directo de la cultura, de la historia de un país determinado, de la tradición, del medio social, y de la particular idiosincrasia del pueblo donde uno vive. Las leyes de los hombres son siempre pasajeras, mutables, transformables. En contraste, la ley de Dios es eterna. Los sencillos principios de la palabra de Dios se aplican a todas las personas, en todas las épocas, en todos los rincones del mundo, y en todo nivel social y geográfico del planeta tierra. La verdad se encuentra en las páginas de las sagradas escrituras. Hoy día el mundo está convulsionado porque se ha olvidado de la Biblia, de la palabra de Dios.

A este respecto, el Dr. Josh Mcdowell en su libro ‘Es bueno o es malo’, dice respecto a la cuestión de la verdad: “Creo que una de las razones primordiales por las cuales esta generación está batiendo records de deshonestidad, falta de respeto, primoscuidad sexual, violencia, suicidio y demás patologías es que ha perdido su apuntamiento moral; se ha erosionado su fe fundamental en la moralidad y la verdad. Como dijera el periodista Rowland Nethaway, ‘no parecen poder distinguir entre lo bueno y lo malo’. Hubo un tiempo en que los niños se criaban en un entorno que les comunicaba normas absolutas para el comportamiento: ciertas cosas estaban bien y ciertas cosas estaban mal. Los padres, maestros, ministros, obreros juveniles y los demás adultos colaboraban en un esfuerzo común por comunicar que se debía hacer lo que es bueno y no hacer lo que es malo. En una época, nuestra sociedad, en general, explicaba el universo, la humanidad y el propósito de la vida según la tradición judeocristiana: la creencia de que existe la verdad y que todos pueden conocerla y comprenderla. Un entendimiento claro de lo que es bueno y de lo que es malo le daba a la sociedad una norma moral con la cual medir el crimen y el castigo, la ética comercial, los valores comunitarios, el carácter y la conducta social. Se convirtió en la lente por medio de la cual la sociedad veía la ley, la ciencia, el arte y la política; la cultura en general. Se proporcionaba así un modelo coherente que fomentaba el desarrollo sano de la familia y de comunidades unidas, y alentaba la responsabilidad y el comportamiento social”.

La tradición judeocristiana está cimentada y regida por la Biblia, la palabra de Dios. Hoy la escena en la Argentina ha cambiado radicalmente, pues lo que dice la Biblia no le interesa a nadie. Actualmente todos rigen sus vidas en torno al relativismo, el hedonismo, el materialismo y la permisividad. Hoy por hoy, es más importante mirar la televisión o un video clips que leer la Biblia. Por eso, la sociedad está como está. Nadie sabe lo que es bueno o lo que es malo. Cada uno hace lo que le viene a la gana. Por ello, el historiador William H. McNeil afirmó: “La aventura del hombre en la tierra ha consistido en una serie ininterrumpida de crisis y quebrantamientos del orden social establecido”. El mundo se ha olvidado siempre de la verdad.

Cuando algunos judíos contemporáneos de Jesús, que eran hombres prominentes de su tiempo, murmuraban afirmando que Jesús era un impostor con respecto a la ley, el divino Maestro contestó con estas palabras sabias cortantes: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. (Mateo 5:17,18). Y el Dr. Lucas en su evangelio presenta las mismas palabras, pero con esta ligera variante: “Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde la ley”. (Lucas 16:17). La ley de Dios es eterna, inmutable y actual. El libro de Dios es el libro que rige todo cuanto existe. Hay libros que han quedado en el olvido. Hay libros que a su tiempo serán olvidados, pero la palabra de Dios permanecerá para siempre…Siempre…

La Biblia es inmutable, pues refleja el carácter de su divino autor, que es absolutamente inmutable. Con referencia a la inmutabilidad de Dios, el apóstol Santiago nos cuenta lo siguiente: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. (Santiago 1:17). Dios es una luz inmutable. Mi cuerpo cambia. La historia de la humanidad cambia. Las personas cambian. Pero la inmutabilidad de Dios es inalterable. Dios es el mismo de ayer, el mismo de hoy y por los siglos será igual. (Hebreos 13:8). La palabra de Dios es una manifestación de su naturaleza, de su carácter y por ende, es inmutable y actual. La Biblia fue inspirada por Dios. (2 Timoteo 3:16). La Biblia fue escrita durante un período de 16 siglos, por 40 autores diferentes. Todos escribieron sobre lo mismo. La Biblia es la infalible palabra de Dios. En sus páginas se hallan las respuestas a todas nuestras preguntas. La Biblia es la carta magna de la libertad. Leer la Biblia es amar la libertad. Quien ignora lo que la Biblia dice piensa que está libre, pero en realidad es esclavo de la mentira y no goza de la auténtica libertad. En cierta oportunidad el filósofo Soren Kerkegaard relató una historia respecto a una bandada de gansos de corral. Dijo que todos los domingos los gansos se reunían cerca del comedero. Uno de ellos era un ganso predicador que encaramaba con dificultad en la cerca y hablaba a sus congéneres acerca de las glorias del reino de los gansos. Les recordaba lo significativo que es ser ganso y no gallina o pavo. Les hacía ver que poseían gran herencia, y les hablaba de las maravillosas posibilidades que les deparaba el futuro. A veces, mientras él predicaba, sobrevolaba el corral alguna bandada de gansos silvestres que se dirigían hacia el sur, a más de mil metros de altura y formando una V, por sobre el mar Báltico, rumbo a la soleada Francia. Siempre que esto sucedía, todos los gansos alzaban la vista, emocionados, y comentaban: ‘Así es como somos realmente. Nuestro destino no es pasar toda nuestra vida en este corral maloliente. Nuestro destino es volar’. Pero luego desaparecían de su vista los gansos silvestres, al mismo tiempo que sus graznidos resonaban en el horizonte. Entonces, los gansos de corral contemplaban las comodidades que los rodeaban, suspiraban y volvían al fango y a la suciedad del corral. ¡Jamás volaron! Hay personas que prefieren las comodidades de la mundanalidad y dejan de lado la verdad de Dios, la Biblia.

Debemos esforzarnos y leer la Biblia, pues allí se encuentra la verdad. Dios quiere que despleguemos nuestras alas y volemos. El no quiere que vivamos encerrados en el corral de la vanidad y las mentiras del diablo. Dios quiere que seamos libres. La Biblia debe regir nuestras vidas. La Biblia es la verdad sobre la cual podemos edificar nuestras vidas para de modo inteligente y en concordancia con la voluntad de Dios.

Julio C. Cháves escritor78@yahoo.com.ar

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