jueves, 3 de enero de 2008

La otra cara de la democracia

La democracia ha permitido un clima de libertad. Yo estoy a favor de la democracia, y en total desacuerdo con los regimenes de gobiernos totalitarios. La democracia es el método de gobierno que más se acerca al ideal. Sin embargo, aunque la democracia posee virtudes que nos permiten gozar de una vida con dignidad, es notable que no sea el remedio de los males de la sociedad, ni del corazón del ser humano. La democracia jamás logrará erradicar el mal, porque también en las grandes democracias hay injusticia, corrupción, criminalidad y desocupación. En las grandes democracias las democracias luchan entre sí, y se manifiestan en los corazones de los hombres, el egoísmo y las ambiciones contraproducentes y desmedidas. En los países democráticos también se hallan en crisis los valores morales.
Ahora, teniendo en cuenta que pese a la existencia de la democracia la Argentina permanece viviendo en un estado de angustia y paranoia, y donde nadie puede asegurar que nuevas tormentas o dolores son capaces de traer los días que nos ofrece el futuro, yo me pregunto: ¿Es imponente el cristianismo? ¿Ha cumplido la función que realmente debía cumplir? ¿Está realizando lo que debe hacer? ¿Está propagando la palabra de Dios? El cristianismo debe proporcionar la orientación espiritual que necesita todo ser humano. No hay duda de que el cristianismo del siglo XXI es un cristianismo carente de poder, pues solo afecta a los individuos en el aspecto exterior, pero no llega a lo profundo del alma, debido a que las Iglesias de todas las denominaciones son parte de ‘La cultura del Show’. Los cristianos tienen la culpa de lo que está pasando. Muchos miembros del cristianismo se han alejado del Dios de la Biblia e insensiblemente se han ido alejando de los principios fundamentales de la Biblia y también han dejado de lado el amor al prójimo que converge en la justicia social. Antaño, la proclamación y la práctica sincera y auténtica del cristianismo, transformaba radicalmente la saciedad. Más ahora, el cristianismo del siglo XXI, es un cristianismo que no ejerce influencia en la sociedad.
No cabe duda de que necesitamos volver a la fuente original del cristianismo que es la palabra de Dios. En un artículo titulado ‘¿Dónde están los revolucionarios?’, el periodista cristiano Marcelo Laffitte, escribió: “En su libro ‘Historia de la civilización’, el escritor ateo H. G. Wells dijo: “Poco tiempo después de la muerte de Cristo, los que decían seguirle y ser sus discípulos, habían abandonado ya por completo la práctica de sus revolucionarias doctrinas”. Este hombre incrédulo tiene la luz suficiente para definir al cristianismo con el término más preciso: ‘Una práctica revolucionaria’. Yo me pregunto: ¿Dónde están los revolucionarios? Cristo no vino a la tierra a morir por una generación de hombres que parecemos empapados en vivir llenos de orgullo y autosuficiencia. Cristo no pagó un precio tan alto para tener una familia de famélicos espirituales queriendo convencer a la gente –y a nosotros mismos- que estamos gordos y rebosantes. El evangelio del reino no descansa en hombres inteligentes. Ni siquiera en aquellos que tienen todas las respuestas teológicas. Creo que solamente los quebrantados del corazón que abracen TODA la doctrina de Cristo, y no solo una parte, serán llamados revolucionarios”.
La palabra de Dios es la guía segura que nos ilumina de modo infalible para que podamos mejorar individualmente como colectivamente. A pesar de los grandes desordenes y anomalías que se advierten en la sociedad, Dios nos ha proporcionado una guía segura para la raza humana. La Biblia nos ayuda a interpretar de modo correcto todo cuanto nos rodea y nos capacita para que gestionemos una conducta inteligente en esta sociedad tempestuosa donde soplan vientos tan contradictorios. La Biblia es capaz de marcarnos el norte de nuestra existencia. El salmista declaró: “Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (119:105).

Julio C. Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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