sábado, 27 de octubre de 2007

Sobre la paranoia



Hay personas que son extremadamente desconfiadas. Son concientes en alto grado de sí mismas. Sospechan de los demás siempre. Cualquier cosa que sucede en su entorno los afecta. Debido a su sospecha examinan todo cuanto les rodea. Mantienen constantemente una actitud indagatoria y permanecen en un estado de ansiedad constante. Entonces se aíslan de los demás. Además, como si todas estas características fueran pocas, se preocupan, por causa de pensamientos dubitativos no justificados, respecto a la lealtad de sus amigos (Relaciones secundarias) y sus familiares (Relaciones primarias). La persona paranoide (No estoy hablando de casos patológicos de personalidad paranoide) siempre prejuzga a los demás, sufre porque no confía en nadie y porque interpreta todo de modo negativo. Interpreta preguntas muchas como malintencionadas.
Ahora, ¿Hay solución a estos sentimientos y pensamientos paranoicos? Claro que sí. Matthew Henry escribió: “Todo peso, o sea, todo afecto desordenado por el cuerpo, la vida y mundo presentes. La preocupación desordenada por la existencia presente, o el apego a ella, es un pesado lastre para el alma que la jala hacia abajo cuando debiera ascender y la tira hacia atrás cuando debiera avanzar, hace que el deber y las dificultades sean más difíciles y pesados”. Preocuparnos por lo que piensan los demás de nosotros es perjudicial para nuestra salud mental. Esto nos empuja al prejuicio, que muchas veces nos perjudica a nosotros mismos y a nuestros semejantes. La preocupación es característica de la persona que sufre de paranoia. Al hombre de la edad media y al hombre de todos los tiempos lo han asediado las preocupaciones. Muchas personas viven sus vidas controladas por mil preocupaciones. Por esto, carecen de paz en sus almas y en sus pensamientos. A estas personas y a todos nosotros, Jesús nos dice: “No os afanéis por el mañana…” (Mateo 6:33). Siempre debemos estar seguros de lo que somos. Jamás debemos temerle a las opiniones de los demás. Agradar a todos es imposible.
Para dejar de ser paranoicos es menester que dejemos de prejuzgar a los demás. El prejuicio es emitir una opinión de alguien sin conocer el contexto que rodea a ese alguien. El prejuicio es íntimo amigo de la discriminación. El prejuicio es señal de debilidad. El prejuicio es contrario a la honestidad. Seamos honestos con nosotros mismos y con los demás, primero conozcamos a las personas y posteriormente emitamos una opinión al respecto. ¡El prejuicio es un perjuicio! Liberemos nuestro espíritu de las actitudes indagatorias y de las sospechas injustificadas. Libremos nuestras almas de la desconfianza y de los pensamientos dubitativos, pues estos elementos nos alejan de los demás y de nosotros mismos. Mateo 7:1 nos dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”.
Lawrence O. Richard dice: “Pero, ¿Cuál es la naturaleza de nuestra libertad? No es la emancipación de todo freno. No se trata de un permiso para abandonarnos a la naturaleza pecaminosa. Nuestra libertad es libertad para ‘servirnos el uno al otro con amor’. Es posible hacer esto porque el Espíritu Santo nos capacita para actuar de maneras que son contrarias a los impulsos propios de nuestra naturaleza pecaminosa. Al caminar con el Espíritu somos liberados del viejo hombre que produce odio, celos, ataques de furia, envidia, paranoia y otras cosas por el estilo. Recibimos libertad para ser amorosos, pacientes, fieles y buenos”. Confiemos nuestras vidas al Espíritu de Dios, pues él es nuestro consolador y ayudador respecto a las cosas que nos agobian, el Espíritu Santo está con nosotros para ayudarnos a liberarnos de cargas espirituales y psicológicas que impiden que avancemos en la vida hacia la realización individual y colectiva.

Julio C. Cháves
Escritor78@yahoo.com.ar

No hay comentarios.: