
En la sociedad de hoy predomina lo desechable, lo reemplazable, lo intercambiable. Las relaciones humanas gravitan en torno al utilitarismo y el despotismo. Las personas son tuerquitas de una gran máquina que mastica huesos humanos. Los habitantes del tercer milenio se hallan totalmente deshumanizados, siendo parte integral de una sociedad que usa y desecha. La estética se confunde con la ética y la moral es ofuscada por la permisividad y el librepensamiento. El sociólogo Zygmunt Bauman, en su ensayo Vida líquida, dice que estamos viviendo en la época de la modernidad líquida. “Y la vida líquida es una vida devoradora que asigna al mundo y a todos sus fragmentos animados e inanimados el papel de objetos de consumo: es decir, de objetos que pierden su utilidad (y, por consiguiente, su lustre, su atracción, su poder seductivo y su valor) en el transcurso mismo del acto de ser usados. Condiciona, además, el juicio y la evaluación de todos los fragmentos animados e inanimados del mundo ajustándolos al patrón de tales objetos de consumo”.
Algo parecido escribió Alvin Toffler en su ensayo El shock del futuro en 1970. Según este pensador convivimos en una sociedad modular, lo cual quiere decir que tratamos a los objetos y a los sujetos como a componentes, conectándolos y desconectándolos, según no parezca o nos venga en gana. A este respecto, Toffler emplea ilustrativamente el ejemplo de un vendedor de zapatos: “De forma consciente o no, definimos nuestras relaciones con la mayoría de la gente en términos funcionales. Siempre que no nos veamos implicados en los problemas del vendedor de zapatos o en sus esperanzas, sueños y frustraciones más generales, es totalmente intercambiable por cualquier otro vendedor igualmente competente”. Que actitud déspota es pensar que todos pueden ser reemplazados. En vez de pensar que el zapatero puede ser reemplazado deberíamos pensar que es ante todo una persona y que tal vez nuestra decisión puede afectarlo negativamente. Puede que podamos cambiarlo por otro zapatero, pero el zapatero que venga en su reemplazo también cometerá errores y tendrá actitudes que también nos resultarán reticentes.
Mientras que esta sociedad líquida, modular, devoradora, utiliza y desecha a las personas, tengo que decir que Dios le asigna un valor incalculable a cada ser humano sobre la faz de la tierra. Dios es un creador original. No hizo a ninguna persona igual a otra y le aporto a cada ser su idiosincrasia, sus limitaciones, cualidades, características, dones y talentos. Dios no elimina ni borra a los desagradables. El atribuyo al ser humano dignidad, grandeza, unicidad, autenticidad. Jamás perdemos nuestra utilidad ni dejamos de estar vigentes, por el contrario vamos evolucionando, cambiando, modificándonos para bien. No somos desechables, somos sujetos creados a imagen y semejanza de Dios. En su ensayo Mírate como Dios te mira. Experimenta el gozo de ser tú mismo, el Dr. Josh MacDowell, dijo: “Tienes un valor incalculable para Dios. En el Calvario, Dios proclamó ante el cielo, el infierno y toda la Tierra, que merecías el regalo de Jesucristo, su amado Hijo. Si tuvieras que ponerte un precio, este sería «Jesús», porque eso fue lo que Dios pagó para salvarte (lee 1 Corintios 6:19-20; 1 Pedro 1:18-19). Nuestra identidad se la debemos solo a Él. Debemos regocijarnos constantemente con el salmista: «Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado» (Salmo 139:14)”.
Julio césar cháves juliogenial@hotmail.com
Algo parecido escribió Alvin Toffler en su ensayo El shock del futuro en 1970. Según este pensador convivimos en una sociedad modular, lo cual quiere decir que tratamos a los objetos y a los sujetos como a componentes, conectándolos y desconectándolos, según no parezca o nos venga en gana. A este respecto, Toffler emplea ilustrativamente el ejemplo de un vendedor de zapatos: “De forma consciente o no, definimos nuestras relaciones con la mayoría de la gente en términos funcionales. Siempre que no nos veamos implicados en los problemas del vendedor de zapatos o en sus esperanzas, sueños y frustraciones más generales, es totalmente intercambiable por cualquier otro vendedor igualmente competente”. Que actitud déspota es pensar que todos pueden ser reemplazados. En vez de pensar que el zapatero puede ser reemplazado deberíamos pensar que es ante todo una persona y que tal vez nuestra decisión puede afectarlo negativamente. Puede que podamos cambiarlo por otro zapatero, pero el zapatero que venga en su reemplazo también cometerá errores y tendrá actitudes que también nos resultarán reticentes.
Mientras que esta sociedad líquida, modular, devoradora, utiliza y desecha a las personas, tengo que decir que Dios le asigna un valor incalculable a cada ser humano sobre la faz de la tierra. Dios es un creador original. No hizo a ninguna persona igual a otra y le aporto a cada ser su idiosincrasia, sus limitaciones, cualidades, características, dones y talentos. Dios no elimina ni borra a los desagradables. El atribuyo al ser humano dignidad, grandeza, unicidad, autenticidad. Jamás perdemos nuestra utilidad ni dejamos de estar vigentes, por el contrario vamos evolucionando, cambiando, modificándonos para bien. No somos desechables, somos sujetos creados a imagen y semejanza de Dios. En su ensayo Mírate como Dios te mira. Experimenta el gozo de ser tú mismo, el Dr. Josh MacDowell, dijo: “Tienes un valor incalculable para Dios. En el Calvario, Dios proclamó ante el cielo, el infierno y toda la Tierra, que merecías el regalo de Jesucristo, su amado Hijo. Si tuvieras que ponerte un precio, este sería «Jesús», porque eso fue lo que Dios pagó para salvarte (lee 1 Corintios 6:19-20; 1 Pedro 1:18-19). Nuestra identidad se la debemos solo a Él. Debemos regocijarnos constantemente con el salmista: «Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado» (Salmo 139:14)”.
Julio césar cháves juliogenial@hotmail.com
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