sábado, 22 de septiembre de 2007

La era del espectáculo



Vivimos en la era del espectáculo. Lo único que les agrada a los mediocres y a los simplistas, es el espectáculo. El espectáculo en la escuela, en la televisión y en la radio y en la Internet. Todos quieren divertirse. El facilismo está íntimamente ligado al espectáculo. Las mentes estimuladas y manipuladas por el espectáculo de las masas, sucumben ante la superficialidad. Hoy día un concierto de rock vende más que la conferencia de un escritor. Antaño, las personas pensaban, es decir, eran Homo Sapiens, mientras que ahora imperan las mentes robotizadas y estupidizadas por personas con ideologías utilitaristas. Las masas ‘piensan’ que el conocimiento se encuentra en Internet. Pero lo cierto es que el verdadero saber se encuentra en los libros, en la Biblia. Una persona que valora el entretenimiento, el ocio y la diversión, es una persona desculturalizada y mediocre. Un video clip no enseña nada. Una historieta no enseña nada. El auténtico saber se encuentra en la lectura de libros. La actividad intelectual es indispensable para aquellos individuos que quieren contrarrestar los elementos de la mediocridad.
Aprender no es divertido. Aprender requiere disciplina, trabajo, responsabilidad. Leer no es lo mismo que mirar la televisión o ir al cine. Leer es un trabajo arduo. El aprendizaje de la Biblia requiere trabajo, disciplina, coraje. Leer enriquece tu lenguaje, tu vocabulario. La televisión estupidiza y anula la capacidad de pensar. Las palabras son importantes. Escribir es importante. Aprender lo que dice la Biblia nos permite capacitarnos de modo sólido para que podamos separar lo malo de lo bueno, lo negro de lo blanco, lo verdadero de lo falso. Hoy vivimos en una cultura que promueve la incultura de la estupidez y del espectáculo. La ignorancia está de moda. Si no hay lectura no hay entendimiento. Sin libros, sin la Biblia, no hay sabiduría. Frente a una pantalla no se aprende. Se aprende únicamente por medio de la lectura. Un autor llamado Ferrarotti dijo: “La lectura requiere soledad, concentración en las páginas, capacidad de apreciar la claridad y la distinción. (…) Pero el Homo Sentiens tiene características opuestas, la lectura le cansa. (…) Intuye. Prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen sintética. Esta le fascina y lo seduce. Renuncia al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica al regreso de sí mismo. (…)Cede ante el impulso inmediato, cálido, emotivamente envolvente. Elige el vivir según la necesidad, ese modo de vida típico del infante que come cuando quiere, llora si siente alguna incomodidad, duerme, se despierta y satisface todas sus necesidades en el momento”.
El cristiano Homo Sentiens vive adherido al espectáculo, al sentimentalismo barato, a la canalización del ser humano. En contraste, el Homo Sapiens, el hombre que piensa, el cristiano que piensa en lo que dice la Biblia, ama la lectura, pues sabe que en la lectura se encuentra la fuente del verdadero saber. La televisión manipula, en cambio, el libro enriquece, orienta, forma, capacita. El libro tradicional es irremplazable. Estar frente a una computadora no te hace inteligente. Lo único que te hace inteligente es la lectura de libros, de la Biblia. Estar en una ultramoderna sala de computación no te hace sabio. Lo que te hace sabio es estar en una biblioteca tradicional. El libro enseña. La Biblia enseña. Pulsar botones no te hace completo. Lo que te completa es la lectura. Ser un tecnólogo no te hace inteligente. Lo que te hace inteligente es la lectura de libros y principalmente, la lectura de la Biblia. El salmista le dijo a Dios con respecto a su palabra escrita: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca”. (Salmo 119:105).

Julio C. Cháves.
Escritor78@yahoo.com.ar

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