Mi viejo es albañil. Desde más de 30 años edifica casas. De todas las formas y tamaños. Yo he trabajado muchos años con él. He edificado casas enteras ayudándole. Las casas subían de a poco, ladrillo a ladrillo, palmo a palmo, metro a metro. A través del tiempo he seguido empíricamente de cerca el ritual lento y complejo de una construcción desde los cimientos. Pero últimamente me fijé en un detalle: los andamios. Se eleva mientras la casa sube. Son de hierro. Fuertes. Son útiles. Pero cuando la casa está terminada por fuera, están de más. Cumplieron su tarea. Por dentro, donde se trabaja también, no se necesitan andamios.
Andamios y construcciones de casas. Pensando en la construcción de una casa desde los cimientos, se me ocurrió lo siguiente. Dios es el arquitecto del mundo y de la vida. Sin embargo, él deja participar a los seres humanos en su construcción. Nosotros debemos ser andamios. El andamio humano ayuda a edificar otras vidas; cumple un servicio. El edificio de la vida, del mundo, de la historia es Dios quien lo construye básicamente, como arquitecto. Nosotros, los seres humanos, somos andamios. Nuestro trabajo, aunque Dios no lo necesita, es ayudar. Complementar. Debemos ser andamios humildes. Prestar un servicio. Cumplir una tarea. Y después, si es necesario, desaparecer.
Ahora, en tanto mis manos saltan sobre las teclas de mi máquina de escribir, estoy pensando en un significativo ejemplo de una humilde mujer que fue un andamio de Dios. Esta mujer es: La madre Teresa. Ahora voy a dejar que el Dr. Billy Graham cuente el encuentro que tuvo con ella en su viaje a la India en 1972. Lo que sigue se encuentra en su libro autobiográfico titulado ‘Tal como soy’. El dice: “…seguimos viaje a Calcuta esa tarde para hacer los últimos arreglos. Me recibió en el aeropuerto el cónsul estadounidense. Era amigo de la Madre Teresa de Calcuta, y me llevó a visitarla. Me encontré con ella y sus colaboradores atendían a los moribundos de Calcuta. Me impresionó profundamente no solo su obra sino también su humildad y amor cristiano. Mencionó que la noche anterior había sostenido en sus brazos a cinco personas moribundas, y había hablado con ellas acerca de Dios y su amor mientras morían. Cuando le pregunté por qué hacía lo que hacía, tranquilamente indicó la figura de Cristo en la cruz que colgaba de su pared”.
Teresa de Calcuta se ofreció en las manos de Dios como un humilde andamio. Teresa lo hizo porque quería. Ella amaba a las personas. Lo mismo podemos hacer nosotros. El mundo está lleno de guerras, de ojos crueles, de almas atribuladas. La gente necesita ayuda. Todos tenemos algo para dar. Podemos dar amor. Un vaso de agua. Cariño. Compañerismo. Amistad. Un plato de comida. Una sonrisa. Un abrazo. Lo importante es ser un humilde andamio que Dios utilice para bendecir a los demás. Podemos dar un consejo. Alentar a los desanimados. Ofrecer nuestro hombro para que alguien llore. Ser hospitalarios. Criticar constructivamente. Mirar a los ojos con ternura. Decir te Quiero. Decir te Amo. Ver lo positivo en los demás. Tomar unos mates juntos. Compartir unas facturas. Comer juntos aunque sea unos fideos blancos con queso. Aprender de un anciano. Admirar la inocencia de un niño. Max Lucado dijo: “Es sabio el hombre que valora a la gente más allá de sus posesiones. Muchos hombres ricos han muerto paupérrimos porque les dieron sus vidas a las cosas y o a las personas. Y muchos pobres han abandonado este mundo satisfechos porque amaban a su prójimo. ‘Mi posesión más valiosa es mi amigo’”. ¡Seamos andamios de Dios! ¡Sigamos el ejemplo de la Madre Teresa!
Julio C. Cháves escritor78@yahoo.com.ar
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