domingo, 12 de agosto de 2007

No desperdicies la oportunidad



Hay un conocido refrán árabe que dice así: “Hay cuatro cosas que no vuelven jamás: La palabra pronunciada, la saeta disparada, la experiencia tenida y la oportunidad desperdiciada”. Dios da oportunidades. Él siempre está dispuesto a ayudarnos. Sin embrago, si tuviéramos que apilar la oportunidades desperdiciadas de la vida, por cierto nos faltaría espacio dentro de nuestras casas, y debido a esto, tendríamos que construir un inmenso galpón para las mismas. Claro, pues, que todos no somos iguales. Por tanto, hay personas que sólo tendrían que construir un cuarto muy pequeño, ya que son responsables y toman con seriedad la vida. También, por otro lado, se encuentran los individuos despreocupados por las cosas de la vida, olvidadizos, y adeptos al ‘NO TE PREOCUPES…’. Estos tendrían que alquilar galpones gigantes, pues su especialidad es desperdiciar oportunidades todo el tiempo. Hay personas que hacen del desperdicio de oportunidades un arte. Pero también estamos aquellas que antes practicábamos este arte, pero que ahora empezamos a aprovecharlas lo mejor posible.
No cabe duda de que cuando desaprovechamos una oportunidad nos afectamos a nosotros y a los demás. Digo esto, porque hay muchos individuos que piensan, egoístamente, que derrochar oportunidades sólo les afecta a ellos. Pero lo cierto es que somos parte de una familia, de una sociedad, de una estructura colectiva. El desperdicio de oportunidades genera movimientos concéntricos. Cuando una persona tira una piedra a un lago y cuando esa piedra toca el agua, se producen ondas en la superficie, formando aquellos círculos concéntricos que tan agradables son. En cambio, cuando hago el bien y aprovecho las oportunidades, yo y los demás se benefician. Cuando una persona desperdicia una oportunidad nos perjudicamos todos. Todos nos vemos afectados por las decisiones particulares de cada uno.
Lo mismo pasa con la salvación. Nadie va solo al cielo o al infierno. Todos elegimos a donde queremos ir como destino final. Vamos al cielo cuando aprovechamos la oportunidad de salvación que nos da Dios. Hebreos 10:38 dice: “Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma”. Y 2º de Corintios 6:2 cuenta: “En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”. Dios nos da oportunidades de salvación a todos. Dios no es racista ni discrimina a nadie. Él acepta a todos por igual. Somos nosotros quienes en determinados momentos desperdiciamos oportunidades.
Así, pues, ¿cómo desperdiciamos oportunidades? Quizá porque estamos absorbidos por problemas personales, luchando con compromisos, corriendo siempre de un lado para otro, y debido a esto, dejamos de lado las preguntas trascendentes y fundamentales de la vida. El mundo circundante nos absorbe y dispersa con su ruido mundanal. Por esto muchas veces huimos de lo importante y prestamos atención desmedida a lo accesorio. Preferimos la cáscara y dejamos el núcleo de lado. Te cuento el ejemplo de una persona que desperdició la oportunidad de salvación que Dios le dio: Él era un joven rico que se acercó a Jesús para obtener la salvación que ofrecía. Jesús le dijo al joven que vendiera todo lo que tenía porque amaba mucho a las riquezas y que luego, viniera en pos de Él. Pero este joven estaba tan intoxicado de su egolatría y su propia voluntad, de su voracidad y su piedad, que se sublevó ante Jesús y sus demandas. La Biblia dice que este joven se alejó de Jesús muy triste, pues tenía muchas riquezas. A este le fue difícil ser humilde ante Jesús, ya que estimaba en grado superlativo su propia persona. Por causa de su orgullo, su soberbia y su egolatría, el joven rico desperdició la oportunidad de ser salvo.
Lo mismo pasa con muchas personas en la actualidad. Están tan engreídos que piensan hipócritamente que no necesitan de Dios. Son tan soberbios que ellos sólo necesitan de ellos mismos. A estos se dirige el apóstol Juan cuando dice: “Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y Vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas (…) He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. (Apocalipsis 3:18-20). Cuando Dios te ofrezca la oportunidad de salvación no debes desperdiciarla. Solamente los que aceptan la salvación en esta vida serán salvos.
Es cierto, sin asomo de duda, que ningún ser humano es imprescindible para Dios, ya que Dios, de igual modo, sigue existiendo aunque nosotros lo rechacemos. Pero también no cabe duda que Dios nos ama y desea lo mejor para nosotros. Él desea que seamos salvos, que no desperdiciemos la oportunidad de salvación. Dios, un día muy cercano, nos pedirá cuenta de nuestras elecciones de vida. Él nos dirá si hemos acertado o hemos equivocado el camino. Nos dirá si lo que hicimos estuvo bien y si lo que dejamos de hacer estuvo mal. La vida está llena, que muchos derrochan, de oportunidades. Está en nosotros aprovecharlas bien o mal. Debemos aprovechar las oportunidades que Dios nos da con sabiduría. De cada oportunidad que Dios nos concede hay un peldaño hacia el cielo. Muchas personas se esconden en la apatía, la indiferencia, y el ocio destructivo. La elección es nuestra. Elegir está en nuestras manos. Nelson Fachinelli dijo: “Soy heredero de la Esperanza de un mundo que no es el mío; mi única herencia, es la vida que Dios me da”. En nosotros está elegir el bien o el mal, la salvación o la condenación, una vida positiva o una vida miserable.

Julio C. Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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