miércoles, 11 de julio de 2007

Nuestro gran sumo sacerdote
"El hombre que siendo solamente hombre, diga las cosas que Jesús dijo, no sería un gran maestro de moral; sería un lunático en el nivel de hombre enfermo de vanidad y orgullo, o el mismo diablo del infierno. Usted tiene que escoger; este era y es el hijo de Dios, o fue un loco o algo peor. Usted lo puede tomar por un demonio o puede caer a sus pies y llamarlo Señor y Dios, pero nunca venga apoyando la idea absurda de que El fue solamente un gran maestro de moral. Él no nos ha dejado esa opción. Ese no ha sido Su propósito". (Cristianismo y Nada Más, por C. S. Lewis).
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En el Antiguo Testamento, una vez por año, el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo y ofrecía sacrificios de animales por sus propios pecados y los pecados del pueblo. La muerte de estos animales que eran sacrificados por los pecados del pueblo de Dios, representa, aunque imperfectamente, el sacrificio perfecto que Cristo realizó en la cruz. Efectivamente, Cristo es nuestro sumo sacerdote, él, el cordero de Dios, es quien nos da vida a través de su sangre derramada en la cruz.
Hebreos 4:14 dice: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión”. Y en el mismo libro también leemos: “Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús”. (Hebreos 3:1). “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”. (Hebreos 8:1,2).
Aunque no hace falta decir que son muchas las cualidades que convierten a Jesús en nuestro sumo sacerdote, hay dos que cualidades que lo convierten en nuestro sacerdote ideal. La primera cualidad es que él vivió como hombre en la tierra y fue tentado en todo según nuestra semejanza y padeció todo tipo de sufrimientos y males. Esto quiere decir que él conoce nuestra condición humana. Él conoce nuestras penas, sufrimientos y problemas. “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. (Hebreos 2:14-18).
La otra cualidad que destaca a Cristo como nuestro magnifico sumo sacerdote es que él aunque vivió como ser humano y fue tentado, jamás cometió ningún pecado, lo cual significa que no tuvo ni tiene mancha. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. (Hebreos 4:15). Considerando estas características antes descriptas, podemos afirmar que nuestro sumo sacerdote es digno de ser invocado ya que él es el único que puede darnos vida eterna a través de su preciosa sangre vertida en la cruz. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hechos 4:12). Y hebreos 4:16 nos hace la siguiente invitación: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. El amor de Dios hizo posible nuestra redención a través de la sangre de Cristo. Los cristianos, a través de la fe en Cristo Jesús, podemos adquirir la vida eterna. En Cristo somos salvos. En él depositamos nuestra confianza. Él es nuestro sumo sacerdote.
Julio césar cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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