martes, 10 de julio de 2007


La emocionante historia del hijo pródigo

“También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ! Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”. (Lucas 15:11-24).
Esta emocionante historia del hijo pródigo ilustra perfectamente la rebelión humana y también el arrepentimiento. El hijo pródigo tipifica al ser humano. De la misma manera que el padre del hijo pródigo siempre se mantuvo fiel y amo a su hijo incondicionalmente, Dios muestra su interés constante por cada uno de nosotros. El hijo pródigo somos cada uno de nosotros. Debido a nuestra rebelión y nuestros pecados nos hemos alejado de Dios y nos hemos ido a la provincia apartada, lejos del hogar, lejos de Dios. Una vez que lo malgastó todo y terminó comiendo algarrobas con los cerdos, este vanidoso hombre volvió en si y se dio cuenta de sus malas acciones, entonces se dijo a si mismo: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. De la misma forma que el arrepentimiento acerco al hijo pródigo a su padre, el arrepentimiento nos acerca a Dios. Si nos arrepentimos es porque reconocemos nuestros pecados y nuestra necesidad de Dios. El arrepentimiento es el darnos cuenta de que hemos herido a nuestro padre. El arrepentimiento es desear no fallarle más a nuestro padre. Si nos arrepentimos de corazón Dios nos recibe con los brazos abiertos. Si no reconocemos que nuestros pecados dañan a Dios, entonces no nos hemos arrepentido sinceramente. Si nos arrepentimos y seguimos pecando es porque no nos hemos arrepentido auténticamente. A este respecto, Jesús dijo una gran verdad: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. Los que se creen perfectos, los que piensan que no tienen necesidad de Dios, los que no reconocen sus pecados, estos tipos de personas no pueden ser perdonados ni limpiados por el poder de Dios a través de la sangre de Cristo. Si no hay verdadero arrepentimiento no hay perdón.
Lo bueno del hijo pródigo es que reconoció su condición de malvado. Y quiso confesarle su maldad y su pecado a su padre. Cuando fue a la casa de su padre, ni siquiera emitió una sola palabra, cuando su padre ya lo había abrazado y besado. Y luego ordenó que hagan una fiesta porque su hijo volvió a su hogar. El padre no le pregunto que hizo con el dinero que le había dado. Lo que el padre vio fue su arrepentimiento y su búsqueda de perdón y amor paterno. De la misma manera que el hijo pródigo fue recibido por su padre y fue perdonado, nosotros podemos buscar a Dios, confesarle nuestros pecados, porque Dios nos va a perdonar y nos va a amar y perdonar. Primera de Juan 1:9 afirma: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

Si nos arrepentimos de corazón la sangre de Cristo nos limpia de todos nuestros pecados. Después de la confesión viene el perdón. Con la misma expectativa con que el padre del hijo pródigo observaba el horizonte para ver si aparecía su hijo perdido, Dios tiene la misma expectativa para vernos ir hacia él. Lucas 15: 10 dice: “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”. Ahora, para recibir las bendiciones de Dios y ser perdonados por él, debemos arrepentirnos de nuestros pecados, confesándolos. Jesús nos hace la siguiente invitación: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. (Mateo 11:28). Si nos volvemos a Dios hay descanso, paz y felicidad a través de la sangre de Cristo. En cristo hallamos paz en un mundo convulsionado. Cristo no dijo que él va a venir a nosotros, él dijo: “Venid a mí”. Esto implica un esfuerzo de nuestra parte. Debemos ir hacia él. Él nos está esperando. El padre del hijo pródigo no fue hacia su hijo sino que su hijo fue hacia él. De la misma forma que el hijo pródigo volvió a su padre, nosotros podemos volver a Dios. El salmo 32:1,2 dice finalmente: “Bienaventurado aquel cuya trasgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño”.

Julio césar cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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