lunes, 16 de julio de 2007

El poder, una terrible pestilencia




Hoy todos quieren acceder a algún tipo de poder. El poder hace que los políticos se enamoren de sus cargos, de autos de lujo, de la voz de mando, de no saber cuanto cuesta vivir, de salir en los diarios, en la televisión, y cuanto medio masivo de comunicación dispongan, de sentirse importantes, omnipotentes, superiores, privilegiados. El poder los empuja a que se preocupen únicamente por su status económico, por su figura social, por su traje y por sus intereses personales. El poder los empuja a que se olviden de que su responsabilidad es cambiar a la sociedad. Por todo esto, la política en nuestro país es una mala palabra.
El poder de una terrible pestilencia que ha causado daño hasta en las almas más púdicas. Lo es, porque empuja a todos los individuos a la soberbia, al nihilismo, al populismo, al narcisismo, y al despotismo. El poder inspira pensamientos obscenos y es un camino conducente al cínico determinismo de pensar que indispensablemente hay que ser inmoral para tener éxito. El escritor Británico Charles Percy Show dijo: “El poder no puede ser confiado a nadie…a nadie. Quienquiera que haya conocido y vivido algo conoce las locuras y maldades de las que es capaz. Si no está en este caso, no es digno de gobernar a otro”. Y el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau expresó: “El más fuerte no es siempre bastante fuerte para ser amo”.
El poder es insensible y arrogante. Es un disfraz voraz. El poder ama la adulación, el maquillaje, la cáscara, lo hueco, la vanagloria, el dinero rápido y fácil. Ama a las personas porque las considera escalones que se deben pisotear para llegar a la cúspide más rápido. El poder empuja a Lucifer a que usurpara el trono de Dios. El poder estimuló a Caín para que asesinara a su hermano Abel. El poder aduló el portentoso ego de Saúl para que persiguiera a David. El poder adora la falsa conciencia de ser superior, la arrogancia de considerar a cada hombre como a un número más, como a un objeto utilitario. El poder da vehementemente discursos de lecciones morales, pero 10 minutos después olvida lo que dijo y no lo pone en práctica en su vida privada. El poder corrompe a la ciencia, la política, la literatura, el cine, el arte general y hasta al cristianismo. Honoré de Balzac tenía razón cuando dijo: “Todo poder es una conspiración permanente”.
El poder es utilizado por quienes solo se preocupan por su bienestar personal como un objetivo final. Es utilizado por quienes únicamente se preocupan por su individualidad, por sus asuntos, por su familia y por nadie más. El poder es utilizado por los impíos y los necios perversos. Sin embargo, quienes poseen el poder, aunque piensen lo contrario, son las primeras víctimas de este disfraz prehistórico. John Fitzgerald Kennedy dijo: “En el pasado, aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando a lomo de un tigre acabaron dentro de él”. Y Concepción Arenal, escritora y erudita española, escribió lo que sigue que es muy parecido a lo que dijo Kennedy: “Todo poder cae a impulsos del mal que ha hecho. Cada falta que ha cometido se convierte, tarde o temprano, en un ariete que contribuye a derribarlo”.
El poder es una especie de enfermedad. Por causa del poder hay guerras, violaciones, asesinatos, animalidad, rencor, resentimiento, odio, celos, envidias, cruel escepticismo, manipulación. El poder, como una terrible pestilencia, corrompe, conspira en favor de la deshonestidad, la maldad, la mezquindad, y la hipocresía. Jonh Stuart Mill tenía absoluta razón cuando declaró: “Todo aquello que sofoca la individualidad, sea cual sea el nombre que se le de, es despotismo”.

Julio. C. Cháves.
Escritor78@yahoo.com.ar

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