domingo, 3 de junio de 2007

Somos testigos oculares.



Somos testigos de la crisis social en la Argentina, y de una feroz explotación de la gente humilde, de los obreros. Los sueldos de la clase trabajadora son de mala muerte. Ante nosotros yacen fábricas sin vida. En algunos lugares las máquinas han dejado de producir, de funcionar, de crujir. El despotismo es el combustible del país. Esta es una época de profundas metamorfosis y trastornos en la vida de las masas sociales. El hombre de hoy ama el dinero de una forma irracional. Por esto, es que muchos individuos excluyen a amigos de toda la vida, con tal de seguir viviendo con tal de que cueste los vínculos indispensables para la vida intra-personal, que por supuesto desembocan en las relaciones inter-personales. Por doquier podemos ver a personas que alzan alabanzas a la tecnología, al Internet, al ciberespacio, a los satélites, y a la televisión, en tanto, por otro lado, y en la misma ciudad, yacen niños hambrientos, huérfanos harapientos y jubilados moribundos.
A decir verdad estamos ante la decadencia de la dignidad humana. La ciudad de Buenos Aires, y no es la única, se ha transformado en un enjambre de personas que deambulan por un sustento precario para sobrevivir. Además hay otros enjambres, pero eso sí, estos son de oportunistas del espectáculo que lo único que les interesa es vender diarios, revistas y todo tipo de estupideces, mientras que nosotros sufrimos enormemente. La situación que estamos viviendo es fantasmal. Los chicos no tienen útiles escolares, ni zapatillas, ni guardapolvos, ni nada. Los jubilados no cobran después de haber trabajado toda la vida. Los hospitales están vacíos. La delincuencia se prolifera y los dirigentes políticos ya son una pendemia. El siglo XXI se inauguró destruyendo la Argentina, la democracia, y el futuro de nosotros os jóvenes. Así estamos. No nos va bien.
“La gran decadencia, dice Jaime Barylko en su obra “Queridos Padres”-, Fíjense: nuestras pirámides son torres magnificentes, avances nunca soñados en el campo del cuerpo, satélites de toda índole, aparatitos telefónicos y de ultrasonidos cargados en el bolsillo de la solapa, navegación en mares y océanos del internet, civilización brillante y longevidad creciente, y sin embargo… En la vida cotidiana, en lo que no se refiere a aparatos y tecnología, fíjense cuanta creencia y desesperación cunden por tarot, I Ching, (obviamente todos escapismos e ídolos), borra de café, películas de terror, del diablo, ángeles que van y vienen por todos lados, pastores que le dicen a la pobre gente que Dios se ocupará de darle novio a la chica, trabajo al muchacho, potencia al decaído, tacos altos al petiso, sangre a anémico, y gente que viaja a encontrar la verdad en la cuevas de Himalaya. Más ‘gurúes mágicos’, y la multiplicidad meditaciones y sistemas cabaleros para sacar la grande, y los que, favorecidos por la fortuna económica, peregrinan a la India, a China, y se traen de ahí amuletos auténticos, bendecidos por gurúes, y se los cuelgan en el pecho para lograr mayor fortuna en el amor, en los negocios, en la carrera de automóviles, en la lucha por la supremacía en el trabajo, y que los hijos se inspiren y quieren estudiar y pasar de grado, que sería el sumo bien. ¿Y qué hay en común, finalmente entre tantos predicadores y fuentes de inspiración y de esperanza? El amor. Todos dicen amor, cantan amor, reclaman amor, bailan amor y…No, no hay amor”.
Todos buscan respuestas en todos lados. Pero, ¿Dónde se encuentra la respuesta que buscamos? La tiene el apóstol Pablo: “Los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”. (Timoteo 3:13).
Julio C. Cháves.
Escritor78@yahoo.com.ar

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