Hay gente a la cual le cuesta muchísimo expresar afectuosamente lo que siente. Les cuesta abrazar a los demás. Esto es justamente lo que le pasa, por lo general, a las personas que tratan muy bien sus mascotas. Una mujer dijo lo siguiente a su marido: “Sé que mi esposo puede ser afectuoso y tierno. ¡Es así con el perro!” ¿Por qué hay personas en nuestra urbe a las cuales les cuesta abrazar a sus hijos, a sus amigos, etc.?¿Por qué a algunas personas no es fácil comunicar con gestos, palabra o actitudes lo que contiene en sus almas? Ciertamente podemos decir que a todos nos demanda mucho trabajo abrazar a quienes amamos.
Hoy ser expresivo implica ser considerado por los demás como un ‘individuo raro y extraño’. ¿A qué se debe esto? Desmond Morris declaró: “Tenemos miedo a dar como a recibir ternura. Esto hace que lleguemos a un estado en el que todo contacto resulta repelente, donde tocar o ser tocado significa herir o ser herido. Esto se ha convertido, en cierto sentido, en unos de los principales males de nuestro tiempo, una enfermedad grave de la sociedad moderna que deberemos curar antes de que sea demasiado tarde. Si no se pone fin a este peligro- al igual que los productos químicos venenosos en nuestros alimentos podría aumentar de generación en generación hasta que el daño llegue a un punto sin retorno”. Hoy ser insensible emocionalmente es algo común entre los miembros de nuestra sociedad. Las expresiones de afecto físico son escasas. Transmitir calor humano implica ser considerado como si fuéramos Nosferatu, ese vampiro escalofriante de la película del director de Friedrich Wilheilm Murnau, la cual e una adaptación libre de la novela “Drácula” de Bram Stoker.
En nuestra sociedad actual, es un infranqueable temor a compartir con los demás afecto, lo que impide que las personas se puedan involucrar de manera constructiva. Todos le temen a la peste, como sucedía en la película “Nosferatu”. Pero obviamente que la peste, es decir, Drácula y su sinfonía de terror, en nuestro caso concierne en el temor a ser heridos por causa de compartir calor humano. Le tememos al afecto. Nos mostramos renuentes a los abrazos, las palabras elocuentemente afectuosas, por temor a ser considerados raros. El Dr. Leo Buscaglia dijo lo siguiente respecto a la importancia del calor humano: “Una simple caricia tiene el poder de cambiar toda una vida. Un cálido abrazo, que no ha sido dado en el momento oportuno en que más se lo necesitaba, puede ser el acto, o mejor dicho el no acto, que finalmente destruye una relación, ¡o hasta una nación!”. Eso es justamente lo que sucedió en Alemania en 1922 cuando “Nosferatu” fue producida por la productora Prana film. En ese tiempo, toda Alemania y todo el mundo, se vieron afectados, profunda y escalofriantemente, por la Primera Guerra Mundial. En aquel tiempo el mundo fue corroído por corazones llenos de rencor, resentimiento y discordia. Eso generó el primer genocidio masivo de la Primera Guerra Mundial, la cual comenzó en 1914.
Nuestras necesidades afectivas no pueden ser anuladas, pues si las anulamos se empiezan a gestar discordias en el ámbito familiar, luego esa discordia es transferida a la comunidad, posteriormente al país y finalmente, aunque parezca exagerado lo que estoy escribiendo, a las naciones. Y por causa de ello, se generan las guerras y los conflictos bélicos internacionales. Entonces, teniendo en cuenta lo que he dicho, podemos afirmar que el afecto es indispensable si queremos entablar relaciones humanas positivas. Harold Lyon declaró: “Hemos olvidado que los seres humanos somos, en cierto sentido, como pequeños animales sin cuero o dientes afilados para protegernos. No estamos protegidos por nuestra maldad, sino por nuestra calidad humana; nuestra capacidad para amar a otros y para aceptar el amor que otros desean ofrecernos. Nuestra rudeza no nos abriga por las noches, pero nuestra dulzura hace que otros deseen abrigarnos”.
Julio C. Cháves. juliogenial@hotmail.com
En nuestra sociedad actual, es un infranqueable temor a compartir con los demás afecto, lo que impide que las personas se puedan involucrar de manera constructiva. Todos le temen a la peste, como sucedía en la película “Nosferatu”. Pero obviamente que la peste, es decir, Drácula y su sinfonía de terror, en nuestro caso concierne en el temor a ser heridos por causa de compartir calor humano. Le tememos al afecto. Nos mostramos renuentes a los abrazos, las palabras elocuentemente afectuosas, por temor a ser considerados raros. El Dr. Leo Buscaglia dijo lo siguiente respecto a la importancia del calor humano: “Una simple caricia tiene el poder de cambiar toda una vida. Un cálido abrazo, que no ha sido dado en el momento oportuno en que más se lo necesitaba, puede ser el acto, o mejor dicho el no acto, que finalmente destruye una relación, ¡o hasta una nación!”. Eso es justamente lo que sucedió en Alemania en 1922 cuando “Nosferatu” fue producida por la productora Prana film. En ese tiempo, toda Alemania y todo el mundo, se vieron afectados, profunda y escalofriantemente, por la Primera Guerra Mundial. En aquel tiempo el mundo fue corroído por corazones llenos de rencor, resentimiento y discordia. Eso generó el primer genocidio masivo de la Primera Guerra Mundial, la cual comenzó en 1914.
Nuestras necesidades afectivas no pueden ser anuladas, pues si las anulamos se empiezan a gestar discordias en el ámbito familiar, luego esa discordia es transferida a la comunidad, posteriormente al país y finalmente, aunque parezca exagerado lo que estoy escribiendo, a las naciones. Y por causa de ello, se generan las guerras y los conflictos bélicos internacionales. Entonces, teniendo en cuenta lo que he dicho, podemos afirmar que el afecto es indispensable si queremos entablar relaciones humanas positivas. Harold Lyon declaró: “Hemos olvidado que los seres humanos somos, en cierto sentido, como pequeños animales sin cuero o dientes afilados para protegernos. No estamos protegidos por nuestra maldad, sino por nuestra calidad humana; nuestra capacidad para amar a otros y para aceptar el amor que otros desean ofrecernos. Nuestra rudeza no nos abriga por las noches, pero nuestra dulzura hace que otros deseen abrigarnos”.
Julio C. Cháves. juliogenial@hotmail.com
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