
Como si se tratara de un dogma de fe, su magnetismo no se discute. Tanto sus seguidores como sus más férreos críticos han reconocido el carisma de Juan Pablo II para irradiar a las multitudes con su determinación y su fuerza. Algo en su personalidad convoca y conmueve.
Karol Joseph Wojtyla, "trabajoadicto" de profunda oración, impresionante popularidad e inmutables posturas doctrinales, es el papa más joven de este siglo (58 años cuando asumió) y el primero no italiano en 455 años.
Viajero como ninguno, en 20 años de pontificado -cumplidos el 16 de octubre de 1998- ha llevado su mensaje a 117 países y, casi sin excepción, los recibimientos han sido multitudinarios.
Nunca pudo acallar al político que lleva adentro. De hecho, tuvo un papel crucial en las transformaciones desatadas en Europa del Este hace una década. "La caída de los regímenes comunistas en Europa habría sido imposible sin la presencia de este papa", dijo alguna vez el presidente de la extinta Unión Soviética, Mijail Gorbachov.
Durante la ocupación nazi en Polonia y mientras se formaba para el sacerdocio, participó en un grupo clandestino que ayudaba a los judíos a escapar de los alemanes. Como pontífice, tendió un puente entre cristianos y judíos; fue el primero en acudir a una sinagoga y el primero en visitar el monumento de Auschwitz, erigido en honor a las víctimas del Holocausto.
Curiosamente, este polaco nombrado arzobispo de Cracovia en 1964, y ascendido a cardenal en 1967, no figuraba entre los elegibles para llenar el vacío que dejó en el Vaticano la muerte de Juan Pablo I.
Forjado en el dolor
Enérgico atleta en su juventud y amante del teatro y la literatura, Wojtyla soñó alguna vez con ser actor profesional. Pero su infancia y su adolescencia se fraguaron con el sufrimiento. Tenía solo 8 años cuando murió su madre; 12, cuando su hermano mayor falleció de fiebre escarlatina, y 21, cuando perdió a su padre, única persona con quien compartía su vida.
Tiempo después llegaría a afirmar que el dolor le permitió adentrarse en los misterios de Dios. Probablemente esta certeza le dio el coraje para visitar en prisión al francotirador turco que trató de asesinarlo en 1981 y cuyos balazos lo mantuvieron hospitalizado tres meses.
Con ímpetu y tenacidad ha dado una fuerte batalla en favor de los derechos humanos, ha advertido sobre los peligros del materialismo y ha censurado en predicaciones y decenas de encíclicas el aborto, los métodos contraceptivos, el homosexualismo, la eutanasia, la pena de muerte, el celibato sacerdotal y el ordenamiento de mujeres en el sacerdocio. No le han faltado detractores, pero su conservadurismo parece estar hecho a prueba de críticas.
Incapaz de ocultar la fatiga y el desgaste producidos por sus 79 años, varias caídas, una cirugía de fémur y la extracción de un tumor precanceroso en el colon, Juan Pablo II se apresta a conducir a la Iglesia Católica hasta el siglo XXI.
Karol Joseph Wojtyla, "trabajoadicto" de profunda oración, impresionante popularidad e inmutables posturas doctrinales, es el papa más joven de este siglo (58 años cuando asumió) y el primero no italiano en 455 años.
Viajero como ninguno, en 20 años de pontificado -cumplidos el 16 de octubre de 1998- ha llevado su mensaje a 117 países y, casi sin excepción, los recibimientos han sido multitudinarios.
Nunca pudo acallar al político que lleva adentro. De hecho, tuvo un papel crucial en las transformaciones desatadas en Europa del Este hace una década. "La caída de los regímenes comunistas en Europa habría sido imposible sin la presencia de este papa", dijo alguna vez el presidente de la extinta Unión Soviética, Mijail Gorbachov.
Durante la ocupación nazi en Polonia y mientras se formaba para el sacerdocio, participó en un grupo clandestino que ayudaba a los judíos a escapar de los alemanes. Como pontífice, tendió un puente entre cristianos y judíos; fue el primero en acudir a una sinagoga y el primero en visitar el monumento de Auschwitz, erigido en honor a las víctimas del Holocausto.
Curiosamente, este polaco nombrado arzobispo de Cracovia en 1964, y ascendido a cardenal en 1967, no figuraba entre los elegibles para llenar el vacío que dejó en el Vaticano la muerte de Juan Pablo I.
Forjado en el dolor
Enérgico atleta en su juventud y amante del teatro y la literatura, Wojtyla soñó alguna vez con ser actor profesional. Pero su infancia y su adolescencia se fraguaron con el sufrimiento. Tenía solo 8 años cuando murió su madre; 12, cuando su hermano mayor falleció de fiebre escarlatina, y 21, cuando perdió a su padre, única persona con quien compartía su vida.
Tiempo después llegaría a afirmar que el dolor le permitió adentrarse en los misterios de Dios. Probablemente esta certeza le dio el coraje para visitar en prisión al francotirador turco que trató de asesinarlo en 1981 y cuyos balazos lo mantuvieron hospitalizado tres meses.
Con ímpetu y tenacidad ha dado una fuerte batalla en favor de los derechos humanos, ha advertido sobre los peligros del materialismo y ha censurado en predicaciones y decenas de encíclicas el aborto, los métodos contraceptivos, el homosexualismo, la eutanasia, la pena de muerte, el celibato sacerdotal y el ordenamiento de mujeres en el sacerdocio. No le han faltado detractores, pero su conservadurismo parece estar hecho a prueba de críticas.
Incapaz de ocultar la fatiga y el desgaste producidos por sus 79 años, varias caídas, una cirugía de fémur y la extracción de un tumor precanceroso en el colon, Juan Pablo II se apresta a conducir a la Iglesia Católica hasta el siglo XXI.
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