sábado, 19 de mayo de 2007

La lengua es un fuego.


La lengua es el órgano móvil que nos permite hablar, deglutir y gustar. Tiene sus virtudes biológicas pero también tiene sus defectos éticos, morales. Lamentablemente en vez de emplearla para bendecir al prójimo proferimos maldiciones. La humanidad esta llena de conflictos porque los seres humanos no pueden refrenar sus lenguas. Si pensáramos antes de decir cualquier cosa nos libraríamos de conflictos, discusiones y desacuerdos interpersonales. Si se dejara de decir malas palabras y hablar en doble sentido, si se dejaran de proferir maldiciones y criticar, podríamos convivir socialmente con mayor tranquilidad. En los pecados de la lengua se resumen todos los males que nos aquejan. Las palabras tienen poder y afectan nuestro entorno, y por sobre todas las cosas, nos afectan a nosotros mismos. Con nuestros labios podemos bendecir y maldecir. La decisión es personal. En nuestro planeta abundan las guerras porque debido a nuestros pecados hemos cultivado un lenguaje totalmente bélico. Los conceptos que habitan nuestro vocabulario son la adulación, la mentira, las críticas, las protestas, la manipulación y tergiversación de la verdad. No cabe duda de que la lengua sirve para dar buenos consejos como para inducir a error. Sirve para bendecir a Dios y maldecir al vecino. “…si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana”. (Santiago 1:26).Cada palabra que proferimos es una perspectiva del mundo que nos rodea y de las personas con quienes convivimos. El vocabulario es un aspecto de la idiosincrasia de cada uno. Somos lo que decimos y lo que decimos es producto directo de lo que pensamos. Elegimos ser entre tantas palabras, conceptos, ideas, múltiples informaciones, verdades y mentiras. Hay palabras que atrapan como los mensajes publicitarios, pero luego nos atrapan como bestias malignas. Dios desea hacer dócil nuestra lengua, desea controlar nuestro vocabulario. Dios desea que seamos de bendición con nuestro lenguaje. “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”. (Santiago 4:7). Muchos tienen un lenguaje bélico, perturbador, mentiroso, manipulador, engañoso. Las mentiras quedan impunes. La mentira y el falso testimonio están metidos en las entrañas de la humanidad. Se inventan rumores y se cree en lo que se conviene. Pasa esto porque las personas no refrenan sus lenguas y hablar antes de considerar las consecuencias de los dichos de su boca. Nuestra época, como dijo un filósofo, es una total mentira existencial. Nos escuchamos unos a otros pero las palabras entran por un oído y salen por el otro. Hablamos sin compromiso, ética y moral. Es que nuestra falta de valores y nuestros pecados han instalado la falsedad de manera permanente. En la profética novela 1984 de George Orwell, la sociedad inglesa esta tan impregnada de mentira y falsedad que hay un ministerio de la mentira, dedicado a cambiar la historia y modificar la realidad. Es que las palabras modifican o cambian el sentido de la realidad. Somos seres subjetivos, y nos agrada imponer nuestros puntos de vista. La verdad y la bendición glorifican a Dios. Hemos sido creador para bendecir. Cuando maldecimos estamos incurriendo en un error garrafal. Quizá no pueden castigarnos por nuestras palabras, pero de todos modos nuestras maldiciones desagradan a nuestro Creador. El tema, en definitiva, es como empleamos nuestro vocabulario. “La lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua esta puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Con ella bendecimos a Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así”. (Santiago 3:6, 9, 10,12). Si gobernamos nuestras lenguas podemos dominar nuestra personalidad. El uso axiológico del vocabulario pone en evidencia nuestros valores. Lo que decimos saca hacia fuera lo que tenemos en el corazón. Por esto debemos elegir la bendición.Julio César Cháves escritor78@yahoo.com.ar

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