
“El hijo pródigo eligió y eligió mal, pero luego tuvo el coraje de volver a elegir y eligió bien”. Cuando el hijo pródigo decidió irse de su casa, lejos de su padre y de su hermano, pensó únicamente en sí mismo. Se fue lejos por egoísmo, placer, permisividad, hedonismo, vanidad. Pero antes de irse, como sabía que sin dinero no podía sobrevivir ni un día lejos de su casa, le pidió al padre la herencia. Entonces, se fue, pero claro, con los bolsillos llenos. Y una vez en la provincia apartada, en ese nuevo contexto de placer y vanidad, malgastó todo el dinero que su padre le dio. Lo gastó en sexo, placer. Despilfarro lo que tanto le había costado ganar y administrar a su padre. Entonces, estando lejos, el hijo pródigo se puso a pensar en lo que le había hecho de su vida y se puso triste. Ahora, cuando las cosas comenzaron a ir mal, cuando se le acabo el dinero, cuando terminó comiendo algarrobas con los cerdos, sólo entonces comenzó a pensar en su padre, en su hogar. Lo perdió todo, incluso se perdió a si mismo. Estar lejos de su padre le robo la alegría de vivir. Las consecuencias de sus pecados comenzaron a surtir efecto. Alguien dijo que el crimen es un castigo para el criminal y el hijo pródigo estaba siendo castigado por su propia rebelión. El pecado y su propio crimen de egoísmo lo alejaron de las bendiciones del hogar del padre. Pero allí, cuando estaba lejos comiendo con los cerdos, pensó en su padre porque de cierta forma conocía el hecho de que su padre lo amaba mucho y que pese a su crimen de egoísmo, lo seguía amando. Entonces, decidió volver a elegir, pero esta vez no eligió irse más lejos de su padre sino volver. Tal vez cruzaron muchas cosas por su confundida cabecita, pero en lo profundo de su corazón entendió que la mejor alternativa es estar cerca de su familia, estar cerca de su padre. El hijo pródigo volvió a elegir y eligió a su padre. Cuando se asomó en el horizonte su padre lo estaba esperando. El hijo pródigo ya no esta bien vestido y no tenía buen aspecto, pero su padre lo reconoció apenas lo vio. Apenas llego lo abrazó, le puso un anillo en el dedo e hizo una fiesta. Hizo esto porque su hijo estaba muerto, estaba lejos, pero ahora estaba vivo, estaba cerca. Chesterton reflexionó respecto al arrepentimiento: “Creo en la posibilidad del arrepentimiento en el lecho de muerte, pero no quiero fiarme de él”. Arrepentirnos de los pecados que cometemos debe ser algo cotidiano. Nadie es perfecto como para no pecar un solo día. Todos le fallamos a Dios, todos de una u otra forma nos alejamos de él y somos castigados por nuestros propios crímenes. Pero debemos entender que aunque le fallamos a Dios una y otra vez, él es un Dios que perdona, bendice y restaura a sus hijos. Dios desea cambiar nuestras vidas. Él da nuevas oportunidades. Si nos arrepentimos de corazón esta dispuesto a recibirnos nuevamente. Pero claro que Dios demanda de Dios que hagamos su voluntad. Juan 2:15 dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no esta en él”. Dios desea que nos entreguemos a él totalmente y le sigamos, cumpliendo sus mandamientos y su voluntad. Únicamente en Dios hallamos felicidad y verdadero descanso.
Julio césar cháves escritor78@yahoo.com.ar
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