jueves, 22 de marzo de 2007

Un punto brillante.



La noche era oscura, tempestuosa y el furor del viento huracanado arreciaba. Las espumosas e indómitas olas azoaban inclementes la lancha de un pescador que, una hora antes, había salido con buen tiempo de las cosas de Escocia para cumplir con sus cotidianas tareas de pescador. La violencia del temporal fue aumentando hasta transformarse en una indomable tempestad. El viejo pescador y su hijo maniobraban con denuedo sin perder las esperanzas de capear la tormenta. Pero a medida que transcurrían los minutos se hacía más evidente que, a menos que recibieran auxilio de inmediato, la frágil embarcación, con sus dos frágiles ocupantes, sería destrozada o anegada por las impías aguas. El patrón de la nave hubiera querido enfilar la proa hacia la costa, rumbo al muelle, pero no veía ninguna luz que pudiera orientarlo. Perdido en el océano, sin luz orientadora, imponente juguete de las olas, el pequeñito bote se encontraba en una situación si salida. Fue en esas circunstancias cuando el hijo del pescador rompió el silencio angustioso con una expresión de júbilo: ¡Veo una luz, un pequeño unto brillante! El padre del muchacho aguzó la vista en una dirección indicada y también vio el punto de luz. Enfiló la proa hacia el punto y poco después, padre e hijo, rescatados de las furiosas olas, se arrodillaron en la costa para dar gracias a Dios por la salvación.
El punto brillante era una lámpara encendida en la propia casa del pescador que uno de sus hijos había dejado en la ventana por casualidad. Durante el resto de sus días, aquel pescador mantuvo religiosamente una lámpara encendida en aquella ventana, y después de su muerte, en el mismo sitio donde se encontraba su casa, se erigió un faro para señalar aquella costa rocosa.
Llegan momento en la vida donde perdemos el rumbo y no sabemos porque todo se complica y no encontramos la solución a los problemas. Nos encontramos en medio de una furiosa tempestad que no nos deja llegar a la costa. Entonces, como muchos seres humanos nos preguntamos; ¿por qué tiene que pasarnos esto a nosotros? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Y por qué? Nos preguntamos esto porque no sabemos como Dios habla a sus hijos. ¿Cómo habla Dios?, tal vez preguntes. La respuesta es que Dios nos habla de tres maneras: A través de su palabra, (“Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino”. Salmo 119:105), mediante la circunstancias (“De oídas te había oído; más ahora mis ojos te ven. Por tanto, me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza”. Job 42:5,6), y a través de la voz de su Espíritu santo. (Felipe oyó la voz del Espíritu santo y fue a evangelizar al etíope, eunuco, funcionario de candace, bautizándolo en el nombre de Jesús porque había creído. Hechos 8:26-40). El viejo pescador y su hijo salvaron sus vidas gracias al punto brillante y nosotros salvamos nuestras vidas gracias a estos tres puntos brillantes que Dios puso para nosotros de tal manera que no perdamos el sentido de nuestra vida. No debemos afanarnos ni preocuparnos ya que nuestro Dios cuida de nosotros. El es fiel, inmanente, pertinente, asertivo. El Dr. Bill Bright, fundador de Cruzada estudiantil y profesional para Cristo, en su ensayo Una vida sin igual, escribió: “Aunque pruebas y tribulaciones, problemas y confusiones nos rodeen, podemos experimentar la perfecta paz y el gozo del príncipe de paz. Ninguna tragedia, ningún dolor, ninguna angustia, sufrimiento o frustración es tan grande como para impedir que su paz triunfe cuando creemos plenamente en Dios y obedecemos sus mandamientos”.


Julio César Cháves.
Escritor78@yahoo.com.ar

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