Su vida es un ejemplo de solidaridad y amor hacia los que no tienen nada. Ella, hasta el 6 de septiembre de 1997, día de su muerte, inmoló su vida en beneficio de los enfermos, los niños; y se convirtió en el máximo símbolo de solidaridad del siglo XX. Vivió 87 años sin perder jamás la sencillez y no hizo otra cosa que estirar su mano a los más necesitados. Jamás deseó ser célebre. Sin embargo, es una celebridad indiscutida. Hasta las mujeres más adineradas, brillantes y talentosas, la consideran como al modelo de mujer que admiran. Teresa nació el 20 de agosto de 1910 con el nombre de Agnes Gonxha Bejaxjiu, en Skopje, capital de la actual república de Macedonia, que por entonces se llamaba Albania. Sus padres eran gente sencilla. Humildes trabajadores.
Fue educada en una escuela común y sus padres nunca hicieron hincapié en devoción alguna. Pero cuando ella escuchó a un Jesuita hablar sobre lo que significa entregar la vida a los demás, sin esperar nada a cambio, quedó conmovida. Habló con el Jesuita respecto a que ella quería entregar su vida a favor de los pobres y los enfermos. El monje le dijo que debía esperar hasta tener la certeza absoluta de lo que anhelaba. Esperó hasta los 18 años y su certeza ya era absoluta. Mandó una solicitud a la orden irlandesa de las hermanas de Loreto y partió hacia Rathiarnham, en Irlanda, donde la admitieron inmediatamente gracias al monje con el cual ella había hablado en Skopje unos cuantos años atrás. Ella terminó renunciando totalmente a su vida para servir a los demás. Lo hizo.
Terminó el noviciado e hizo los votos de pobreza, castidad y obediencia. Hizo sus retiros espirituales entre Calcuta y Darjeeling. Cuando terminó el retiro espiritual fue puesta a enseñar buenos modales en el convento de Loreto de Darjeeling, un elegante centro de montaña elegido por aristócratas europeos con el fin de que sus hijos fuesen educados allí. Fue en Darjeeling donde la joven novicia hizo los votos definitivos y eligió el nombre de Teresa el 24 de mayo de 1931. Cuando terminó su tarea en Darjeeling y con sus votos reafirmados eligió ir a Calcuta, un lugar salvajemente diferente. Lo primero que hizo fue entrevistarse con el Arzobispo de la ciudad, Fernando Perder. Le pidió permiso para abandonar la congregación de Loreto y entregarse por completo al servicio de los pobres. El Arzobispo se lo negó diciéndole: “Espere y observe: el tiempo dirá”. Ella siguió con su convicción y su idea. Nada la detuvo. E insistió tanto que el Arzobispo escribió una carta a Roma pidiendo autorización para el proyecto de Teresa. A los dos meses, el 12 de abril de 1948, llegó la respuesta afirmativa del Vaticano firmada por el Papa Pío XII. El documento le concedía autorización para abandonar la congregación de Loreto, pero seguían vigentes los votos temporales. Quedó impedida de administrar bienes materiales y debía estar siempre disponible, pase lo que pase, para Dios y la institución.
Después de terminar sus responsabilidades como profesora y directora de la St. Mary High School de Calcuta, unos meses después, precisamente el 8 de agosto de 1948, con cuatro rupias se compró un sari blanco con una franca azul que sostuvo en el hombro con una pequeña cruz. Con una tableta de aspirinas, vendas, yodo y una poderosa voluntad, se largó a una tarea inmensa y poderosa. Iba de choza en choza lavando bebés, curando leprosos, enseñando a adolescentes, contándoles cuentos a ancianos moribundos para sacarles la última risa de su vida para que se fueran contentos de este mundo. Luego de un tiempo, las madres sin leche, los famélicos, los dueños de cuerpos leprosos, reconocían su figura y cuando la veían a lo lejos gritaban: “Mé” (Madre) para que se acercara a bendecirlos y ayudarlos.
Su voluntad era infrenable. Su fuerza era tan increíble que los ricos y los estudiantes de Calcuta sintieron que debían acompañar y ayudar a esta enjuta monja y de aspecto duro. Enseguida le prestaron una casa, gente comenzó a ayudarla y su obra fue popularizándose. Todos la conocían. Las donaciones eran tantas, que se vio en la obligación de formar una congregación religiosa. Fundó las Hermanas Misioneras de la Caridad. La nueva congregación fue aprobada por el Vaticano en 1950 y, en 1956, Paulo VI la puso bajo su protección personal.
En 1972 la Madre Teresa era conocida en toda la India. Era toda una heroína. Se hablaba de ella en todo el mundo. Los teólogos, filósofos, sabios y periodistas viajan de todo el mundo para conocerla. Ella se ocupó en dar amor. Dio hasta el día de su muerte. Muchos decían que lo suyo era una pequeña gota en un océano, ella, no obstante, seguía dando y dando. Su congregación se extendió por todo el mundo. Estableció buena relación con muchas celebridades de todo el mundo y en 1979, le entregaron el merecido premio Nobel de la Paz. Cuando le avisaron que fue elegida, comentó: “Que Dios nos bendiga”. Fue humilde, piadosa, milagrosa. Cuando recibió el premio Nobel ganó un millón de dólares los cuales fueron distribuidos totalmente entre sus hogares, comedores y hospitales. Luchó tenazmente por los derechos del niño y dijo: “No abandonen a sus hijos. Si no pueden alimentarlos, mándenmelos a mí que yo sabré qué hacer…”. Teresa el máximo símbolo de solidaridad del siglo XX. Todo un ejemplo de amor por el prójimo.
¿Por qué hizo semejante obra de amor? ¿Qué la motivó? El Dr. Billy Graham en su autobiografía, cuenta que en 1972 viajó a la India a realizar una de sus cruzadas, allí un cónsul estadounidense, que era amigo de la Madre Teresa, lo llevó a conocerla; él cuenta: “Me encontré con ella en la casa donde ella y sus colaboradores atendían a los moribundos de Calcuta. Me impresionó profundamente no sólo su obra sino también su humildad y amor cristiano. Mencionó que la noche anterior había sostenido en sus brazos a cinco personas moribundas, y había hablado con ellas acerca de Dios y su amor mientras morían. Cuando le pregunté porqué hacía lo que hacía, tranquilamente indicó la figura de Cristo en la cruz que colgaba de su pared”.
Julio C. Cháves.
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