sábado, 17 de marzo de 2007

Personas de buen corazón.

“Un puñado de vida buena vale por un bushel de erudición”.
George Herbert.



He leído muchos libros y he observado y conversado con individuos muy inteligentes, muy capaces intelectualmente. Pero indudablemente debo admitir que he escuchado pensamientos muchos más sublimes y sabios de los labios de las personas sencillas. De labios de personas comunes, pobres y consideradas, por muchos, como incultas, he cosechado enseñanzas profundas, llenas de amor y humanidad. Con esto no quiero menospreciar el conocimiento intelectual. No. Lo que quiero hacer ver es que las personas más sabias pueden ser aquellas que no saben leer ni escribir. A lo largo de los años he observado como estas incultas personas superaban sus dolores y mostraban valentía y firmeza aún en las circunstancias más complicadas. Mientras personas inteligentes, cultas, instruidas, buscaban las soluciones más complejas y sofisticadas, estas sabias personas incultas resolvían sus problemas de la manera más sencilla.
Somos sabios únicamente cuando valoramos la sencillez del corazón por sobre la sofisticada capacidad intelectual. Tener conocimiento es bueno, es útil. Pero este conocimiento debe estar relacionado íntimamente con la bondad. Actualmente sobresalen en la escala social los individuos corruptos, mentirosos he inmorales. Pasa esto porque estamos caminando por una postmoderna sociedad sin valores morales. Lo correcto sería que las personas sobresalgan debido a sus cualidades morales, laborales, carismáticas. Las personas bondadosas tendrían que ocupar los puestos más importantes y los hombres verdaderamente íntegros deberían ser los administradores de la justicia.
Los valores morales hacen que las personas tengan buen corazón. Cuando practicamos los valores compartimos el pan, damos amor, comprensión, solidaridad, fraternidad, tolerancia, generosidad, y de esta manera nuestra bondad vale más que un bushel de erudición. “Los valores morales, dijo Hume, son sociales y universales. Constituyen el partido de la humanidad contra el vicio y el desorden, su enemigo común”.
De Epicteto se cuenta que al recibir la visita de un brillante y reconocido orador, que iba a Roma para actuar en un proceso, pero que deseaba conocer antes algunas ideas de la filosofía del estoico. Epicteto recibió fríamente a su visitante, porque no creía en su sinceridad.
? Lo único que pretendes es criticar mi estilo le dijo, no conocer nuevos principios.
? Bien repuso el orador, pero si me atengo a ellos, no seré más que un simple mendigo como tú, sin hacienda y sin tierras.
? No las necesito replicó Epicteto; y además, eres más pobre que yo, después de todo. Dueño o no dueño, ¿qué me importa? Tú te preocupas. Soy más rico que tú. Yo no me preocupo de lo que el Cesar piensa de mí. Yo no adulo a nadie: he ahí lo que tengo, en lugar de tu vajilla de plata y oro. Tienes vasos de plata y de oro, pero razones, principios y apetitos de barro. Mi mente es para mí un reino, y me provee de abundancia y dichosa ocupación en lugar de tu empecinada ociosidad. Todos tus bienes te parecen pequeños; pero el mío me parece grande. Tu deseo es insaciable… y el mío satisfecho…

Julio C. Cháves.

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