martes, 27 de marzo de 2007

¡No grites!


“La blanda respuesta quita la ira, más la palabra áspera hace subir el furor”. Algunas personas se enojan y empiezan a gritar sin razón. Hieren. Lastiman. Pierden la razón. Entonces, los gritos complican aún más las cosas. La lengua se pone filosa y venenosa como nunca antes. Las lágrimas corren y los corazones se rompen. Es que levantar la voz es peligroso. Los que gritan quedan solos, nadie los escucha. Lo que pasa es que el que grita es porque no tiene razón. Habla por hablar y no entiende que las palabras ejercen una influencia poderosísima sobre las personas. Después de los gritos llega la violencia. “A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada”, dijo Winston Churchill.
Algunos cierran sus puños. Otros crujen sus dientes. Y la violencia que comenzó en la lengua avanza hacia lugares que desembocan en la muerte, las heridas físicas y psicológicas. He estado muchas veces en lugares públicos donde sin causa alguna de súbito dos personas se empezaron a gritar y después tuvo que intervenir la policía. Si son mal empleadas las palabras pueden destruir lo que tardamos años en construir. Algo mal dicho rompe los matrimonios, las amistades, los noviazgos, el compañerismo.
José Narosky en su libro de aforismos Si todos los sueños, escribió: “Siempre hay algo que debimos callar y no callamos y algo que debimos decir y no dijimos”. Lo que hace gritar a las personas es la ignorancia. El amor, la prudencia, la inteligencia, la sabiduría y el sentido común, hablan, dicen lo que tienen que decir y callan cuando tienen que callar. De hecho, hay palabras que se guardan en los corazones y no deben salir jamás. Si salen rompen. Si se quedan adentro de nosotros permanecen sin efecto. Es que de la abundancia del corazón habla la boca. Cuando confesamos algo ya lo estamos haciendo realidad. Una frase mal dicha puede dejar una marca de por vida en el alma. No es cuestión de gastar letras y decirlas con énfasis porque creemos que tenemos razón. Antes de hablar hay que pensar. Cuando hay gritos hay enojo y violencia. Cuando hay gritos abundan las malas palabras, los reproches, las criticas. Por esto hay que decir las cosas con calma. “La blanda respuesta quita la ira”. “Puedes acariciar a la gente con palabras”, dijo
Francis Scott Fitzgerald.


Julio César Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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