viernes, 16 de marzo de 2007

La solidaridad y el altruismo.

Atacar al contrario, ver al otro como a un enemigo. Eso es común para la persona individualista. Esta fiebre de competitividad nos ha llevado a considerar al otro como a una menaza. Hemos sido creados para amar, ser amados, compartir y contribuir al bien común. Sin embargo, parece que a nadie le importa el bien ajeno. Todos contra todos. Lobos contra lobos. ¡Estudiar es competir! ¡Trabajar es competir! ¡Vivir es competir! El camino del egoísmo conduce a la autodestrucción. La senda sin destino del desasosiego por el poder, el placer, el dinero, la fama, el consumo, únicamente ha conducido a la gente a la autodestrucción, ya que, al prescindir en nuestras vidas de la generosidad, la solidaridad y el altruismo, estamos matando el amor y sin amor quedamos reducidos a la nada.
La solidaridad y el altruismo son la única alternativa válida para contrarrestar los hábitos de la competitividad, que guían de modo certero, a un egoísmo e individualismo exacerbados. De hecho, la solidaridad que se define como “determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común” no se trata de un sentimiento superfluo por los sufrimientos de personas lejanas o cercanas, sino de una actitud definida y clara de procurar el bien de todos y de cada uno. De cierta manera también somos responsables de la felicidad de los demás. Para contrarrestar los hábitos de la competitividad, hay que cultivar hábitos de solidaridad, propugnando, con hechos y palabras, la comprensión, la amabilidad, la disponibilidad, la ayuda a los demás, la hospitalidad, el perdón, etc. La solidaridad y el altruismo es lo único que puede vencer a los espíritus bélicos. El amor es la mejor revolución.
Debemos desarrollar una actitud de servicio. Ser altruistas es indispensable si deseamos ser mejores personas, ya que la persona más feliz es quien dedica su vida a los otros en complacida actitud y solidaridad. El Diccionario de la Real Academia define al altruismo como “esmero y complacencia en el bien ajeno, aún a costa del propio, y por motivos puramente humanos”. Al fin y al cabo, el altruismo es una actividad de servicio aceptada y querida de buen grado. El altruismo y la solidaridad tienen una dimensión claramente humana y de servicio a la sociedad que se pone a prueba si para prestar ayuda a los demás tenemos que renunciar a beneficios propios, inmediatos y significativos.
Advertimos en la sociedad instintos que empujan a la servidumbre del egoísmo, de la avaricia, de la ambición, del poder y el desenfreno de las pasiones más oscuras. Hacer la vida más agradable a los demás no es la devoción de la mayoría de la gente. Total, el fin justifica los medios. Resulta pertinente, en este contexto de exacerbado individualismo, que revaloricemos las palabras de afecto y el apoyo incondicional y solidario. Porque al hojear las páginas de la historia, descubrimos que los grandes logros de la humanidad en las áreas del saber, del bien común y de los grandes objetivos sociales, se debieron a hombres y mujeres que consagraron sus vidas a los demás, olvidando en buena medida su comodidad y hasta sus intereses inmediatos. Notablemente, capacitarse para el altruismo y la solidaridad es prepararse para la alegría, para la verdadera libertad y para el amor. Tomimasea dijo: “Que la ingratitud de los que reciben vuestros favores no os fuerce a arrepentiros de haberlos hecho, sino que sirva para enseñarnos a obrar bien con un alma pura y desprovista de toda esperanza en los hombres…”
Julio C. Cháves.

No hay comentarios.: