viernes, 16 de marzo de 2007

El camino, el valor y el sufrimiento.

“El camino de la vida es arduo y empinado, y para emprender
la escalada necesitamos una gran energía, un deseo inicial,
una fe activa, un impulso vital que nos haga saltar a la
brecha, despreciar los peligros y acometer con gozo
ascensión vertical. Condición primera del largo bregar”
Carlos G. Vallés. (Vida en abundancia).




Confucio, filósofo y místico chino, define al valor por su contrario al decir: “Conocer lo que es justo y no ejecutarlo, demuestra falta de valor”, “el verdadero valor reside en vivir cuando es justo vivir y morir cuando es justo morir”. La vida en ocasiones se torna complicada y solo siguen viviendo quienes la aman verdaderamente. Vivir implica valor, voluntad de cambiar, de luchar, de amar. El aspecto espiritual del valor se manifiesta en la compostura, en las ganas de estar tranquilo y de mantener en pié aún cuando las más diversas circunstancias atenten contra nuestra tranquilidad. La audacia en el vivir, en presencia inmediata del peligro, consiste en conservar el dominio de uno mismo cuando se lidia constantemente con adversidad terriblemente oscura.
Los hijos de los Samurai eran educados, desde muy pequeños, en las disciplinas más rígidas: levantarse antes que el sol, dirigirse a la casa de su maestro con los pies descalzos- aún en los días más fríos del invierno-, pasar algunas noches sin dormir leyendo libros en voz alta y acostumbrados a enfrentar las más duras pruebas. Estas prácticas desarrollaban en el joven, no solo el valor sino la humildad, el respeto y la disciplina. Ciertamente para vivir una vida bien vivida es necesaria la humildad del corazón. Sin humildad nos controla la soberbia y sucumbimos ante nuestras más instintivas necesidades. Una persona verdaderamente valerosa dispone de humildad, está siempre serena, jamás es tomada por sorpresa, nada perturba la ecuanimidad de su espíritu. En lo más violento de la batalla, permanece fría; en medio de las catástrofes, mantiene su espíritu en reposo; los terremotos no le sacuden y ríe y está en paz y tranquilidad en medio de la tempestad más feroz. El sufrimiento llega, pero permanece fuerte, firme, inteligente.
Ota Dokan, el fundador del castillo de Tokio, fue atravesado con una lanza. Su asesino, conociendo las aficiones poéticas de su víctima, acompañó el golpe con estos versos:

“¡Ah! Cuán cierto es que en momento como este
nuestro corazón llora la fragilidad de la vida”.

Y en el mismo instante, el héroe, que estaba muriendo, sin acobardarse en lo más mínimo por la herida mortal, añadió estas líneas en respuesta:

“Si es que, en las horas de paz no hemos aprendido
a mirar la vida con indiferencia”.

En estos tiempos, en que parece que se han perdido los valores y las virtudes, o tal vez estén adormecidas por una cultura frívola, vulgar y mediocre, es bueno recordarlas para que los jóvenes las practiquen y contribuyan a mejorar las relaciones humanas. Para vivir de un modo inteligente hace falta valor, audacia, inteligencia, voluntad para estar tranquilo aunque el sufrimiento nos cubra completamente. Sin valor la vida es imposible de vivirla.

Julio C. Cháves.

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