viernes, 9 de marzo de 2007

La gloria del trabajo.


“Todos somos trabajadores”
Sir John Patterson.



Hay que trabajar. A eso vinimos al mundo. El trabajo estimula y disciplina la obediencia, el autocontrol, la atención, el cuidado personal y la perseverancia. Además, proporciona al hombre la destreza y habilidad necesarias para su especial vocación, y también vivifica la inteligencia y capacidad útil para resolver los asuntos de la vida cotidiana. Trabajando podemos progresar, disfrutar debidamente de la existencia. Realizar algún tipo de labor es signo de honor y gloria. La ausencia de trabajo provoca muerte moral. El trabajo genera dignidad y riqueza social. ¡Laburar es una bendición! La verdadera felicidad se encuentra en la sabia utilización de nuestras capacidades. La pereza debilita, cansa. En cambio, el trabajo da vida, salud y placer. El trabajo es una satisfacción sublime.
La pereza denigra, corrompe, anula, eclipsa. Es cierto que todos en el fondo somos unos poquitos holgazanes. Esto es malo. De hecho, los hombres pequeños viven dominados por la pereza, la haraganería, de modo tal que sus vidas son una carga, una incomodidad, algo inútil, desagradable. Burton en su obra “Anatomía de la melancolía”, dice: “La pereza es el azote del cuerpo y el alma, la nodriza de la maldad, la madre principal de todas las calamidades, uno de los siete pecados capitales, el cojín del diablo, su almohada y su principal punto de apoyo. La pereza mental es mucho peor que la física; el talento sin usarse, se convierte en una enfermedad; es la herrumbre del alma, una plaga, el infierno de sí mismo. Si en el agua estancada se crían gusanos y reptiles dañinos, lo mismo sucede con los malos pensamientos y con la corrupción en una persona ociosa; el alma se contamina. Por todo lo cual me aventuro a decir: si él o ella son perezosos, cualquiera que sea su condición, ricos, bien emparentados, afortunados y dichosos aunque gocen en abundancia de todas las cosas y de la felicidad y de la alegría que el corazón pueda anhelar nunca estarán satisfechos, jamás se sentirán bien de cuerpo y alma, y los veréis lánguidos, enfermos y disgustados, siempre llorando, suspirando y quejándose, con la sospecha de que el mundo los persigue, deseosos de huir de sí mismos, de la muerte, o de dejarse envolver en cualquier fantasía o pensamientos absurdos”.
Todo lo que tiene algún valor es aquello que se consigue con trabajo, esfuerzo, sudor. La persona que trabaja puede gozar de la recompensas de ello. Cumplido con interés y esmero, el trabajo es un remedio. Con diligencia y constancia, cualquier labor, sea pesada o liviana, puede proporcionar alegría al alma. El trabajo es el destino de la humanidad. Hay que aprovechar el tiempo. Y una de las mejores manera de gastarlo bien, es buscando una ocupación útil y constante. Al fin y al cabo, la persona enérgica es una fuente de actividad y dicha para todos aquellos individuos que son influenciados por ellos. Si uno ha adquirido con práctica el arte de llenar la vida con útiles ocupaciones, se desprecia la vida. El enérgico es un individuo que aprovecha el tiempo en buenas ocupaciones. Las personas laboriosas tienen iniciativa, voluntad, cosas útiles que hacer. La voluntad con su energía vital desplegada en el trabajo ha distinguido a todos los hombres eminentes. Y claro, puede distinguirnos a nosotros también. Por algo será, que hay un refrán popular que dice: “¡El trabajo es salud!”.

Julio C. Cháves

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