viernes, 9 de marzo de 2007

El dominio propio.


“El dominio de sí mismo es la mejor preparación para el combate de la vida”. Anónimo



El dominio de sí mismo es la raíz de todas las otras virtudes. Si una persona le da rienda suelta a sus pasiones e impulsos, pierde su libertad moral, y es esclava de sus egoísmos y caprichos. El individuo que confía en sí mismo y se gobierna solo, es un ser disciplinado, y cuanto mayor sea su disciplina, mayor será su categoría moral. La persona sin autocontrol es esclava de la incultura, la ignorancia y la indisciplina, lo cual es una pertinente maldición para la misma. La vida de los grandes hombres está dotada por una rígida disciplina y un autodominio consciente. El éxito depende de la prudencia, la tolerancia, y el respeto hacia uno mismo. De hecho, quien se respeta y ama a sí mismo es únicamente capaz de amar y respetar a los demás. A este respeto, Aristóteles afirmó: “La excelencia moral es resultado del habito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia, templados; realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía”.
En la Biblia se elogia, no al hombre que toma una ciudad por su fuerza, se elogia más al que domina su propio espíritu. Porque si una persona carece del dominio de sí misma, pierde la paciencia fácilmente, le falta tacto, y no puede gobernarse y en consecuencia, no puede gobernar a los demás. El autodominio se da siempre y cuando la persona sea paciente para con sí misma. El autentico y verdadero carácter noble se desarrolla con paciencia, esto hace que uno tenga control sobre sí mismo, logrando de este modo ser sobrio, modesto, gentil, vivaz, y sobre todas las cosas cariñoso efusivamente. Al fin y al cabo, los genios de la humanidad han sido personas de temperamento fuerte y determinado, pero de igual determinación para mantener su fuerza motriz bajo la estricta regulación de la inteligencia ordenada y disciplinada. Una persona dotada de dominio propio puede ser activa, noble e ilustre. Quien desea vivir una vida prudente, tranquila, inteligente, debe dominarse a sí mismo en las pequeñas como en las grandes cosas. Debe dejar de lado al mal humor, la envidia, los celos, el antagonismo, todas las malas costumbres y los defectos. El autodominio exige que cuidemos nuestras palabras y nuestros hechos; porque de hecho hay palabras que hacen tanto daño como un comportamiento descontrolado, dominado por las bajas pasiones, y los impulsos caprichosos. Un proverbio francés, cuenta: “Una lengua viperina es peor que una lanza emponzoñada”. Y otro autor dice: “¡El cielo nos guarde! Del poder destructor de las palabras! Hay palabras que parten el corazón mejor que una espada; hay palabras que hieren un corazón para el resto de sus días”. Por todo esto, debemos controlar nuestras palabras y nuestros actos. Por algo será que Salomón dijo: “La boca de un sabio está en su corazón: el corazón de un loco está en su boca”.
En sentido general, podemos decir que la vida de cada persona es producto directo de su autocontrol. La gente inteligente jamás se deja dominar por las malas costumbres, las malas palabras, ni por nada que la dañe. El prudente y cauto dominio de uno mismo es la raíz de la sabiduría. El pequeño individuo es aquel que descuida los detalles pequeños de su vida. Por el contrario, el hombre con autodominio es aquel que se respeta absolutamente, cuidando los pequeños detalles morales que constituyen la base del carácter noble y viril. Sólo el autodominio conduce a la libertad. El autodominio se aprende mediante la abnegación. Es por esto que Tomas de Kempis escribió: “Tanto adelantarás en el bien cuanto sepas dominar tu voluntad”. (Imitación de Cristo).

Julio C. Cháves.

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