jueves, 8 de marzo de 2007

La gente descontenta.


La persona descontenta siempre anda disgustada, malhumorada. Nada ni nadie le cae bien. Un individuo descontenta es como una brújula desorientada que no sabe cuales de los puntos cardinales es el norte. Si hay alguien que se queja de todo, de los días de lluvia como de los días de mucho sol, este es el descontento que esta arto hasta de sí mismo. Si tiene trabajo no le gusta lo que hace. Si tiene salud piensa constantemente en que pronto se va a enfermar. Las frases que salen de sus labios fomentan el pesimismo y la tristeza. Dice todo el tiempo: ¿Por qué las cosas buenas nunca me llegan a mí y cuando me llegan siempre son impertinentes? Quejas, quejas y más quejas.
El descontento es experto en arruinarles el día a los demás. Si alguien dice: ¡Que lindo día! El dice: seguramente algo malo va a suceder. Los días lindos duran poco y se escurren como agua entre los dedos. Si alguien conocido del descontento tiene un hijo, él dice lastimeramente: ¿Tuvieron un hijo en esta época? Justo ahora que las cosas en el país no andan bien… bueno, entonces los felicito. La compañía del descontento es negra como las tinieblas. Permitir que nos influencie un descontento es como escupir para arriba, es caminar en la cornisa con los ojos vendados, es sonreírle a la desgracia, es el buscar el propio mal. Porque estar y ser descontento es eso, ser un miserable, un idiota que ve lo negativo de las cosas.
Sin duda los mensajes del descontento son un fardo de malos presagios. El novelista y periodista inglés Daniel Defoe dijo una gran verdad cuando afirmó: “Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos”.


Julio César Cháves
escritor78@yahoo.com.ar

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