lunes, 19 de marzo de 2007

El desafío que implica vivir con plenitud.

Muchas personas le temen a la muerte. Todos le tememos. ¿Por qué? Creo que lo que nos acosa no es el temor a la muerte sino algo mucho más contundente: la posibilidad de no haber vivido jamás, de llegar al fin de nuestra existencia sin saber lo que es la vida. Ciertamente los únicos que le temen a la muerte son los individuos que han desperdiciado sus días en cosas efímeras. Por eso desean prolongar su vida. Por causa de una vida malgastada, muchos sucumben ante la muerte. La perspectiva de abandonar este mundo acosa las almas de quienes no han vivido de verdad. Creo que en tanto le temamos a la muerte es porque no nos sentimos realizados en cuanto a lo que somos. Temerle a la muerte implica desperdiciar nuestros días. Por el contrario, vivir la vida en plenitud, implica todo un desafío. Gastar bien la vida implica disfrutar de las pequeñas cosas cotidianas.
En un mundo, complejo y sofisticado, en que no todos son capaces de realizar grandes cosas y de alcanzar grandes éxitos, Dios nos ha dado la capacidad de disfrutar de las cosas cotidianas, de las cosas sencillas. Debemos ponernos contentos por dar amor, compartir una sonrisa, hacerle compañía a alguien. Hay que regocijarse en las cosas comunes. La vida esta constituida por detalles muy pequeños, para percibirlos es necesario estar bien despiertos, ya que las pequeñas cosas se van acumulando y adquieren su real importancia a medida que pasa el tiempo. Aplicar nuestra voluntad, nuestro entusiasmo y nuestra inteligencia para hallar placer en cada momento es indispensable si deseamos vivir a plenitud. La vida misma es la recompensa. Respirar es el milagro. No hay porqué temerle a la muerte. Simplemente hay que disfrutar la vida en todos sus detalles pequeños.
Si nos tomamos en serio y ponemos todo nuestro empeño en valorar lo que somos como seres humanos, viviremos con gozo, alegría, felicidad. Toda la vida es importante. No hay una sola cosa importante, sino muchas: el amor, la alegría de trabajar, los pequeños detalles de la vida, la ropa limpia, la comida, los amigos, los vecinos, nuestros seres queridos, los detalles pequeños, las miradas sinceras, etc. La vida es una sucesión de cosas importantes. Vivir cada momento estando despierto es disfrutar de un éxito pleno. L a vida no consiste en escribir muchos libros, ni en acumular dinero, ni en acumular títulos, sino que la vida consiste en amar y ser amado. Eso es lo más sublime. Eso es el sabor de la vida.
El Dr. Jaime Barylko en su obra “Sabiduría de la vida”, cuenta: “Sabiduría del sabor. El saber atesora datos, cosecha conocimientos, ensancha horizontes, conoce. El saber es de las ciencias, y esta grabado en enciclopedias y otros textos especializados. Se enseña, se aprende. Aprender es absorber, y repetir. La sabiduría no es saber, es sabor. No se dirige a las cosas, ni a los libros doctos, ni al mundo de las ciencias para averiguar cómo se mueven los astros o cómo se comporta la clorofila. Importa el aroma del mundo. Vale para la sabiduría, el sentido de la existencia. La vida, ¿Qué es la vida? La vida, tan corta; la vida, tan larga-decía un libro de Guy de Maupassant. La sabiduría es para hacerla intensa, profunda. Después de mucho ambular entre ideas, bibliotecas, indagaciones y otras flores más o menos desecadas me digo que sería más dichoso si supiera mucho menos, y si supiera mucho más. La sabiduría de la vida es como el polen, se recoge donde se da y tiene una única consecuencia: LA MIEL”.
Julio C. Cháves.

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