lunes, 12 de marzo de 2007

Diligencia y Dedicación.


Sin duda la sencilla diligencia y dedicación hacia una cosa puede aportar innumerables beneficios a la vida de una persona. La sabia utilización de nuestro potencial, de nuestros talentos, puede hacer que crezcamos de un modo inteligente. Hasta el individuo más común puede hacer cosas extraordinarias y su vida puede ser ejemplo de laboriosidad, dedicación, sobriedad, sabiduría y honradez cabal. Lo que uno es lo es porque lo ha decidido. Si uno está dispuesto a trabajar por realizar sus objetivos, a la larga o a la corta los alcanzará. Debido a nuestro poder de aplicación y energía perseverante, podemos elevarnos por encima de los pensamientos derrotistas, por encima de la mediocridad. Y podemos ser útiles para nosotros mismos y para los demás, siendo de buena influencia.
Por medio de una tenaz aplicación de la voluntad y la inteligencia, ciertamente podemos desarrollar nuestro potencial llevando a cabo nuestros más difíciles objetivos. Para conseguir lo que deseamos debemos luchar concienzudamente, emprendiendo todo con suma escrupulosidad. Si tenemos poco tiempo disponible de alguna manera encontraremos la manera de aprovechar nuestros momentos de ocio y descanso para realizar los anhelos personales. Con labor paciente se puede llegar al éxito. Quizás nos encontraremos con muchos fracasos y desalientos, pero debemos seguir adelante, sin mirar atrás, fijando nuestros ojos en la meta y no en los obstáculos. Si se quiere se puede. Si algo se desea de todo corazón se consigue.
Respecto a la ayuda de sí mismo, Francis Bacón dice: “Parece que los hombres no conocen ni sus riquezas ni sus fuerzas: de las primeras creen mayores cosas de las que debieran; de las segundas mucho menos. La confianza en si mismo y la abnegación enseñarán a un hombre a beber de su propia cisterna, a comer su propio pan sabroso, y a aprender y trabajar sinceramente para ganarse la vida, y a gastar con cuidado las buenas cosas que le han sido confiadas”.
Tocqueville también nos dice: “No hay momento en la vida en el cual pueda uno dejar completamente la acción; porque el esfuerzo dentro de uno mismo, y aun más, el de afuera, es igualmente necesario, aunque no tanto, cuando envejecemos, como nos lo es en la juventud. Comparo al hombre en este mundo a un viajero que camina sin cesar hacia una región cada vez más fría; cuando más alto va, tanto más rápido debe caminar. La gran enfermedad del alma es el frío. Y al resistir este formidable mal, necesita uno no tan sólo ser sostenido por la acción de un espíritu ocupado, sino también por el contacto de sus semejantes con los asuntos de la vida”.

Julio C. Cháves.

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