
En su cuento “ La Balada del Álamo Carolina”, Haroldo Conti habla del nacimiento y la vejez de un árbol. El álamo comenzó siendo como un pastito más, un miserable pastito expuesto a los vientos y al sol, y a los bichos. Después, siguió creciendo y fue más alto que los pastos que lo rodeaban. Y creció y creció hasta que pudo ver el camino. El viejo Álamo sentía una gran atracción por las alturas. Entonces, trepó en dirección al cielo. Finalmente, luego de doce veranos, crecía más despacio, casi no crecía. Al terminar el cuento un hombre baja de su caballo y penetra en la sombra del viejo árbol. Se quita el sombrero cubierto de tierra, después de mirar hacia arriba y aspirar el frescor que se descolgaba de las ramas, se quita el sudor de la frente con la manga de la camisa, después, este hombre, que parecía tan viejo como el viejo álamo carolina, se sienta al pie del árbol y se recuesta contra el tronco. Al rato el hombre se duerme y sueña que es un árbol.
El árbol es tal en todas sus etapas de crecimiento, aun cuando es semilla debajo de la tierra, pero quien va a negar que el modelo de árbol sea el árbol grande y frondoso. Con el hombre ocurre algo similar: este es hombre, desde antes de nacer, en el momento de su concepción en el vientre materno, pero llega a la plenitud en la vejez. Envejecer es tender hacia la sabiduría, la madurez. A través del tiempo, los hombres van acumulando vivencias, éxitos y fracasos, crecimiento, valores, perfección, belleza interior. De hecho, todo se aprende con los años, un verano tras otro. Katherina Hepburn dijo: “Cuanto más se envejece más se parece la torta de cumpleaños a un desfile de antorchas”. Cuando un ser humano llega a la vejez es rico en experiencias, en realidades, en historias, en plenitud. La persona inteligente es aquella que configura su vida en torno a los valores. Mientras los huesos envejecen, podemos elegir ser mejores personas. Todo lo que hagamos debemos hacerlo en consecuencia. El mayor de los éxitos de un ser humano es poder decir: “Soy viejo, pero gracias a Dios he amado”. Entonces, cuando uno vive los valores, puede estar encorvado, pero por dentro puede estar erguido como un atleta. Lo mejor que puede hacer un apersona joven es elegir ser una persona cabal, transparente, voluntariosa, e inteligente. La vejez es una etapa de la vida realmente maravillosa. Así pues, tenerle miedo a la vejez es tenerle miedo a la plenitud, a la sabiduría. Jean Louis Berrault afirmó: La edad madura es aquella en la todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo”.
La sociedad descarta a los más viejos porque ya no son útiles, y considera “no rentable” el hecho de que sigan viviendo. Descartar a los más ancianos es uno de los defectos más crueles que posee la sociedad. Creo que los ancianos deben ser más valorados, respetados, y tratados con dignidad. De hecho, son personas y merecen ser amadas. Los ancianos son portadores de sabiduría. Si como sociedad lográramos ver su valor seguramente admiraríamos más la vida. Un anciano sabe orientar, discernir, conoce muchos optimismos. ¡Los ancianos merecen se valorados! Por algo será que William Shakespeare pensó lo siguiente: “Los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes”.
Julio C. Cháves.
El árbol es tal en todas sus etapas de crecimiento, aun cuando es semilla debajo de la tierra, pero quien va a negar que el modelo de árbol sea el árbol grande y frondoso. Con el hombre ocurre algo similar: este es hombre, desde antes de nacer, en el momento de su concepción en el vientre materno, pero llega a la plenitud en la vejez. Envejecer es tender hacia la sabiduría, la madurez. A través del tiempo, los hombres van acumulando vivencias, éxitos y fracasos, crecimiento, valores, perfección, belleza interior. De hecho, todo se aprende con los años, un verano tras otro. Katherina Hepburn dijo: “Cuanto más se envejece más se parece la torta de cumpleaños a un desfile de antorchas”. Cuando un ser humano llega a la vejez es rico en experiencias, en realidades, en historias, en plenitud. La persona inteligente es aquella que configura su vida en torno a los valores. Mientras los huesos envejecen, podemos elegir ser mejores personas. Todo lo que hagamos debemos hacerlo en consecuencia. El mayor de los éxitos de un ser humano es poder decir: “Soy viejo, pero gracias a Dios he amado”. Entonces, cuando uno vive los valores, puede estar encorvado, pero por dentro puede estar erguido como un atleta. Lo mejor que puede hacer un apersona joven es elegir ser una persona cabal, transparente, voluntariosa, e inteligente. La vejez es una etapa de la vida realmente maravillosa. Así pues, tenerle miedo a la vejez es tenerle miedo a la plenitud, a la sabiduría. Jean Louis Berrault afirmó: La edad madura es aquella en la todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo”.
La sociedad descarta a los más viejos porque ya no son útiles, y considera “no rentable” el hecho de que sigan viviendo. Descartar a los más ancianos es uno de los defectos más crueles que posee la sociedad. Creo que los ancianos deben ser más valorados, respetados, y tratados con dignidad. De hecho, son personas y merecen ser amadas. Los ancianos son portadores de sabiduría. Si como sociedad lográramos ver su valor seguramente admiraríamos más la vida. Un anciano sabe orientar, discernir, conoce muchos optimismos. ¡Los ancianos merecen se valorados! Por algo será que William Shakespeare pensó lo siguiente: “Los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes”.
Julio C. Cháves.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario