sábado, 17 de marzo de 2007

Detenerse.

Vamos demasiado rápido. Corremos porque ese nos da la impresión de vivir. Corriendo perdemos la conciencia de nosotros mismos. Nos agrada la velocidad. Y eso no esta mal, aparentemente. Pero si no nos detenemos, la velocidad nos hace vivir una vida inconciente. Por esto debemos detenernos. Y tomar conciencia de nosotros mismos. Así sabremos como estamos viviendo, como estamos pensando. Si seguimos corriendo nos gastáremos fácilmente. Nos cansaremos. Nos agotaremos. Hay que detenerse. Para poder reflexionar bien. Cuando nos detenemos somos conscientes de nuestra vida, de nuestras acciones. Esta bien escuchar música, pero a veces hay que escuchar al silencio. Cuando vayamos al peluquero no nos quejemos por tener que esperar. Disfrutemos de esa espera. Todo nadador necesita levantar la cabeza para poder respirar.
Julio Cortázar, en un cuento llamado “La autopista del Sur”, cuenta la historia de una caravana de autos que se detiene en una concurrida y transitada autopista debido a un inconveniente en la ruta que impide avanzar. Los autos se detuvieron. Y los habitantes de esos autos también se detuvieron. ¡Sucedió el milagro! ¡Se detuvieron! Obviamente les obligó la circunstancia, pero en fin: se detuvieron. ¿Y que pasó? Lo que paso es que de pronto los habitantes de estos autos se olvidaron de lo que jugaban a ser. Se olvidaron de sus profesiones, de sus individualistas metas. Entonces comenzaron a hablar con los habitantes de los autos aledaños. Hablaron. Charlaron. Explicaron. ¡Que bien! Por un momento se olvidaron de que hay que ir a algún lado. Se olvidaron de sus títulos personales. Y por momentos fueron felices, estando quietos en la autopista.
Pero de súbito la autopista vuelve a funcionar como antes. Y los autos siguen su camino. Se volvieron a mover. Volvieron a sus antiguos objetivos. Volvieron a correr y perdieron la conciencia de sí mismos. No sé porque tanto apuro, pero los automovilistas corrían y miraban únicamente hacia delante. Nada más. Simplemente hacia delante. ¡Qué lástima!
¡Cuánto apuro! ¿Por qué tanto apuro? Todos están apurados porque de este modo se olvidan de sí mismos. Así se evaden. Y se olvidan de que son infelices. Por correr nos perdemos de muchas cosas importantes. Nos perdemos la vida. Creo pues que debemos detenernos. No esperemos que nos detenga algún inconveniente en la autopista. ¡No! Detengámonos por voluntad propia, disfrutemos de cada momento, de cada persona, de nosotros mismos. Disfrutemos del silencio. Disfrutemos del descanso. Disfrutemos de escuchar. Detengámonos. De hecho, todo automovilista debe detenerse para cargar nafta, gasolina. Sin combustible el auto no funciona. Todos tenemos momentos libres. Todos necesitamos detenernos. Porque si no nos detenemos lo nos detendrán las circunstancias. Y de todos modos tendremos que reflexionar... Julio C. Cháves.

No hay comentarios.: